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D espués de demonizar los aviones, los cruceros y las piscinas, ahora le toca el turno al extranjero que compra casa en las Islas. Suponemos que sigue siendo una persecución a los ricos, nórdicos y centroeuropeos que eligen Mallorca como segunda residencia o donde retirarse en su dorada jubilación. Y no a la familia boliviana que se ha instalado aquí, trabaja y ahorra y consigue adquirir un piso. Los izquierdosos locales miran de nuevo hacia el enemigo equivocado. Balears sufre un proceso de saturación, degradación y afeamiento claro. En eso estamos todos de acuerdo. Pero no se debe a que cuatro –o cuatrocientos, da igual– millonarios teutones compren villas fabulosas en Son Vida. El verdadero problema balear es el aumento desorbitado de la población. Y eso es resultado de las buenas cifras de empleo. Aquí lo que más hay son currelas, personas de todas partes del mundo que ven en las Islas la solución a sus problemas.

Y ese dinamismo laboral es el que habría que analizar si queremos reconducir la deriva social y medioambiental que sufrimos. La clave, creo, está en reducir plazas turísticas. Redimensionar el negocio hotelero conllevaría una drástica reducción de la necesidad de mano de obra, lo que a su vez redundaría primero en un fuerte aumento del desempleo y más tarde en una fuga masiva de habitantes hacia otras regiones. Es la salida dura, difícil, injusta, pero efectiva. Si hay menos hoteles y menos viviendas turísticas vendrán menos aviones y menos inmigrantes en busca de empleo. Las Islas podrían recuperar el cómodo nivel poblacional de hace tres décadas y olvidar algunos de los problemas actuales. Si en ese caso siguen llegando ricos europeos a comprarse un casoplón, pues que vengan.