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El 27 de enero de 1964, a la altura del kilómetro 23,500 de la carretera Palma-Llucmajor, llegando a este último municipio, un Citroën se estrelló contra un almendro en un extraño accidente. El conductor, Tomás Harris Rodríguez, murió y su acompañante y esposa, Hilda Webb, resultó ilesa. El día de su entierro, en el cementerio de Palma, alguien se deslizó entre las lápidas, discretamente, y tomó fotos. Luego se esfumó. Un digno colofón a una vida de misterios. Porque Harris, de padre inglés y madre sevillana, no era un conductor cualquiera. Había sido un soberbio pintor y escultor, marchante y un erudito. Y, sobre todo, un espía ilustre en la Inteligencia Británica. Antifascista, durante la Guerra Civil española reclutó a voluntarios para las Brigadas Internacionales y en la Segunda Guerra Mundial infiltró en la maquinaria nazi a Joan Pujol ‘Garbo’, el espía que engañó a Hitler y le hizo creer que el desembarco de Normandía llegaría por Calais. Sin embargo, la sombra del doble agente entregado al régimen soviético planeó sobre Harris, que tras la guerra se estableció en Mallorca, en Camp de Mar. Había estado demasiado cerca de Kim Philby, Donald McLean, Guy Burgess, sir Anthony Blunt y John Cairncross, los ‘cinco de Cambrigde’. Los infiltrados de la KGB en el MI5 británico. Desde la muerte de Harris, en Mallorca nadie ha acumulado tanta información sensible. Bueno, si exceptuamos al exjerifalte del PP José María Rodríguez, el hombre que lo sabía casi todo. Y al exjefe superior de Policía Elicio Ámez, el hombre que aún lo sabe todo.