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El hallazgo de Aurora Picornell y sus compañeras en Son Coletes ha encogido el estómago a la sociedad. Aurora tenía 24 años y firmes convicciones sindicales que querían proteger a las mujeres humildes y trabajadoras. Tenía solo 24 años. Sabemos quién desapareció en esos años y el rastreo de su paradero, tantos años después, es una deuda que tenemos que saldar. Sin embargo, no sabemos quién disparó, quién las enterró, quién acudía cada noche a llevarse preso a los que pensaban diferente. Los abuelos callaron mucho. Demasiado. Ya sea por el dolor de los que perdieron la guerra, ya sea por la vergüenza (aunque a veces tengo mis dudas) de quien cometía esos crímenes. Qué días más locos en los que una acusación (fuese infundada o no, qué más daba) llevaban a la prisión y luego al paredón. Si quieren despejar las dudas y los silencios incómodos de la cena de Navidad, en los archivos militares aparecen las andanzas de nuestros abuelos. Los archivos revelan ciertos detalles, desde el momento en el que el abuelo se alistó orgulloso, feliz y voluntario por el Levantamiento Nacional. Igual aparecen datos tan reveladores como que el abuelo en cuestión se alistó al grupo de ‘Pacificación’, que de pacificación tenía poco y mucho de sacar a la gente de sus casas por las noches para darles matarile. Un amigo, avergonzado, me decía: «Mi abuelo se apuntó voluntario y lo mandaban a otros pueblos a disparar a desconocidos». Aurora tenía 24 años y su vida quedó congelada, mientras la de sus verdugos siguió adelante y sus nietos, ahora, escupen el suelo, avergonzados y rabiosos tras conocer de manera sutil las tropelías del abuelo que se calló durante décadas.