TW
0

La forzada dimisión de Liz Truss, la primera ministra británica, ha puesto en evidencia la inmadurez de nuestra democracia y los siglos que aquella lleva mejorando. A Truss, su partido la ha podido presionar para que dejase su cargo. Aquí, en esta España invertebrada que lee su historia cortándola por donde a cada partido político le da la gana, donde la libertad de expresión es permitida o no dependiendo del partido que gobierna y estamos regresando a las cavernas de la una falta de respeto manipulada, eso es impensable. No hay discusión. El funcionamiento interno de los partidos, faltos de democracia interna, lo hacen posible. Ni a Sánchez ni a Feijóo se les puede mirar con mala cara sin que te defenestren y salgas de la foto, de ese pastel del poder que ha atraído a mucha gente… más interesada por ella que por nosotros. Pero a esa disfunción aquí la llaman democracia interna y los ciudadanos tenemos que soportar tales dictaduras como si no viésemos su perversión interna. Ese desastre solo sería lógico en el caso de los comunistas de Podemos y los fascistas de Vox, que ya sabemos a quién justifican y, por lo tanto, lo que harían en caso de que llegasen a obtener la mayoría absoluta. ¡Qué desastre! Ya no voy a mencionar lo de la disciplina de voto de todos los partidos que, de hecho, hace inútil la presencia de tres cuartas partes de los miembros del Congreso de Diputados. Lo de la falta de libertad de voto de los congresistas es una muestra más de la miseria que habita nuestra política, porque, ¡mira que un ser humano teóricamente maduro se vea obligado a votar que sí a una ley a la que personalmente diría que no, ya es fuerte! Y luego está lo de los chantajes –ellos lo llaman negociación– a los que los partidos moderados, PP y PSOE, tienen que ceder para seguir en sus sillones. Lo peor de esos chantajes es su injusticia, o sea, que con ellas las comunidades autónomas que tienen representación en Madrid consiguen unos beneficios que las otras CCAA no tenemos, aumentando cada vez más las diferencias entre los territorios. ¿Dónde queda la igualdad de derechos –que surge de la economía, dejémonos de bobadas–, que la Constitución exige? El espectáculo es patético… bochornoso… inconstitucional…