TW
0

Se pasea con un perro precioso que parece salido de un catálogo de animales de raza. Va vestido de manera impecable, con sus zapatillas nuevas, sus pantalones de marca. Va mirando el móvil distraído mientras su precioso perro empieza a orinar en el portal. Luego, termina de hacer sus necesidades plantando sus heces ante la puerta. El tipo no levanta la vista del móvil y sigue caminando con su perro de raza, sin recoger la porquería que ha dejado delante de la puerta. No importa que la gente le mire, su perro menea la cola feliz y contento.

Durante dos días habrá que esquivar el regalo que nos ha dejado el vecino. ¿Para qué va a utilizar una bolsa para recoger las heces? ¿Para qué va a tirar agua con lejía para diluir los orines de la acera? Durante dos días, los vecinos salimos del portal jugando a ‘El suelo es lava’. Vamos dando saltitos, esquivando una meada por aquí, una caca por allá. Hemos convertido nuestras calles en un baño público de perros. En una ciudad en la que hay más canes que niños, el resultado es dramático. Jamás se me ocurriría dejar a mis hijas hacer sus necesidades en la calle. ¿Cuándo hemos normalizado semejante porquería?