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No puede pensarse que cuando Franco eligió a Juan Carlos fuese consciente que podía ser el bribón necesario para llevar a buen puerto la Transición que aparentase lo contrario de lo que sería realmente. La mente del Generalísimo era lo suficientemente limitada para ignorar según qué recovecos. Tampoco fue lo determinante para su elección que Juan Carlos pudiese ser el artífice más adecuado para aparentar lo necesario para que gran parte de la población española le acogiese como rey. Lo que de verdad fue determinante, lo ciertamente resolutivo para Franco, fue que era un heredero de la Corona y que además, por el mero hecho de ser puesto por él, debía ser suficiente para que se esforzase para llevar a cabo su atado y bien atado. Que ambas peculiaridades coincidiesen en él fue lo que ha hecho que el resultado haya sido el que hemos tenido. Pero este resultado no tiene por qué ser el que Franco prefiriese.

Lo que sí parece claro es que Juan Carlos, desde el mismo momento que fue elegido heredero de Franco, buscó la forma de satisfacer su enorme codicia. Trató de dar una total confianza al transmisor de la herencia y simultáneamente hacer ver a la sociedad que él podía obrar en desacuerdo con el propósito de dicha herencia. Lo primero era fácil, porque a las decisiones de un dictador siempre se las considera de estricta obediencia. En cuanto a lo segundo, como rey aprovechó las quejas que le llegaban, tanto desde ámbitos civiles como militares, por el cariz que estaba tomando la Transición, y no solamente no las negó, sino que dejó entender que las compartía. Hasta tal punto que se pudo montar el esperpento Tejero haciendo creer que el gran jefe lo aprobaba. Y en el momento del ‘tejerazo’ salió como defensor de la democracia, dejando a sus ejecutores, algunos muy próximos a él, abandonados en el atolladero. Quedando como el gran salvador de la democracia.

Vista desde la perspectiva actual, hemos de convenir que todo lo que hizo en la trayectoria de su reinado fue para satisfacer sus ingentes ambiciones personales. Esto lo pudo realizar porque el pueblo que debía censurarle era tan poco estricto con la democracia y la justicia como él. Con lo cual le era suficiente con intentar cumplir con los dos lemas transmitidos por su mentor para conseguir una gran capacidad de convivencia para ser magnificado socialmente. Además, aunque esto es una opinión personal, estaba totalmente convencido que lo que hacía, lo bueno, lo regular, lo malo e incluso lo siniestro le estaba intrínsecamente permitido y que, consecuentemente, era lícito. Además creo que esto lo sigue creyendo y que debido a esta firme creencia no puede entender por qué tantos, incluso su propio hijo, le consideren un bribón.