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A veces me acuerdo de los viejos amigos, aquellas personas que forman parte de mi vida aunque no estén en el presente, porque hubo un tiempo en el que me acompañaron en momentos inolvidables.
Estaba un verano de vacaciones en Corfú, aquella isla en la que la emperatriz Elisabet construyó un palacio que la transportaba a la antigüedad clásica, cuando sonó el teléfono de mi móvil. Era una llamada del escritor y amigo Baltasar Porcel. Sin demasiados preámbulos me comunicó que estaba enfermo. Le habían diagnosticado un cáncer contra el que luchó como una fiera, con el ímpetu que constituía su forma de vivir. Tras un largo tratamiento, consiguió curarse y la vida le regaló tres años más, hasta que se fue.

Recuerdo mi voz titubeante al teléfono. Mi necesidad de comunicarle una tranquilidad que en aquel momento no sentía, las ganas de que mi voz resultase esperanzadora. La conversación fue breve, aunque cálida. Me dijo que le encantaba Corfú, que no dejase de disfrutar de la belleza de las islas griegas.

Me acuerdo de esta charla cuando ha transcurrido tanto tiempo… me sorprende la precisión de su voz en mi memoria. He olvidado muchas cosas: rostros, nombres, personas, paisajes. Mi memoria es selectiva hasta la crueldad, como si quisiera preservar el poder de ciertas imágenes y empalidecer otras que, por alguna razón, me niego a olvidar.

Cuando hacía radio, tenía un gesto propio que repetí mil veces. Acabado de grabar un programa en el que había puesto ilusión y empeño, lanzaba las páginas del guión a una papelera. Era mi forma de borrar y prepararme para una nueva entrevista, o la grabación de otro programa. Era un símbolo de mi forma de retener recuerdos y perderlos después, quedándome con lo esencial de cuanto vivía.
No nos queda otra, si queremos seguir adelante: guardar algunos recuerdos como tesoros, puesto que nos hicieron felices, o nos ayudaron a crecer, o nos aportaron rosas entre espinas. Borrar otros innecesarios, superfluos. Seleccionar recuerdos sin darnos cuenta ni pretenderlo del todo, como se eligen caminos. Son recuerdos que llegan a formar parte de nuestros cuerpos, palpables, vivos.