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El Archivo Militar de Palma guarda una carta de un miliciano anarquista a su madre. La escribió desde la «Columna de Bayo. Centuria de la FAI. Punta Amer. Mallorca» y va dirigida a una dirección en el barrio de Sants, en Barcelona. Son unas letras escritas con amor y cariño que nunca llegaron a su destino. El ejército sublevado se hizo con ella al vencer en la Batalla de Mallorca, así que el autor podría ser uno de aquellos cadáveres que sembraron las playas de Sant Llorenç. Pensé en aquel miliciano y, sobre todo, en la madre que nunca tuvo noticias, así que me propuse resolver el final de la historia.

La carta dice así: «Mi querida madre: Al recibir esta me gustaría que disfrutara de la misma salud que yo. Madre, aquí estamos todos muy bien. En esta posición no nos falta de nada. Comemos muy bien. Hay pollos y gallinas. Dormimos en colchones de lana. Todos mis compañeros, que son muy buenos camaradas, defendemos la libertad y la razón del pueblo. Los fascistas son unos canallas y unos perros. Madre, darás recuerdos a todos mis compañeros y familia que por mí pregunten. Tú recibe abrazos y besos de tu hijo. Luis Capdevila».

Luis estaba mintiendo a su madre. Ni comía ni dormía bien, y mucho menos en colchones de lana. Formaba parte de la columna del Transporte Marítimo de la CNT que asediaba Son Servera y empujaba al enemigo hacia Sant Llorenç. No era una posición cómoda; ninguna lo era. Me sorprendió que no citara a su padre ni hermanos. Busqué en bases de datos de archivos nacionales y encontré varios milicianos con el mismo nombre. Uno de ellos me encajaba más porque había sido condenado en la posguerra en Barcelona. Solicité el sumario al archivo militar de allí y, con ayuda del compañero Gonzalo Berger, pude completar la historia.

Luis Capdevila Giol se había criado solo con su madre Raimunda Capdevila en Sants, barrio obrero de tradición libertaria. Nunca conoció a su padre. Trabajaba en la fábrica Metagráfica de la calle Villarroel y estaba afiliado a la CNT desde 1931. Cuando comenzó la guerra, tenía 26 años y se puso enseguida al servicio de la Revolución. Realizó labores de vigilancia con el sindicato y luego se presentó voluntario para ir a Mallorca. Sobrevivió y marchó después a Aragón con la columna Roja y Negra. Allí sería herido en un pie. Cuando se recuperó, fue movilizado por el Ejército Popular de la República para luchar en Teruel.

Siempre tuvo a su madre muy presente. Un día volvió del frente para amenazar con su pistola al dirigente sindical de su empresa, que era el que mandaba ante la huida del dueño, por no pasar a tiempo el sueldo a su madre.

Al caer Cataluña, fue detenido por la denuncia de un conocido. Le acusaba de jactarse de asaltar cuarteles, quemar conventos y matar curas; que llevaba un bonete de sacerdote y un rosario para hacer mofas, y que había ido de voluntario a Mallorca. El tribunal militar solo confirmó la última parte. La sentencia termina así: «Se jactó de haber participado en asalto de cuarteles y en asesinatos, sin que se haya probado la certeza de tales jactancias». Aún así, fue condenado a 15 años de cárcel.

En 1939 ingresó en la prisión de Gerona con la esperanza de que se revisara su caso. El milagro llegó en 1943. Franco le concedió la libertad condicional junto a más de mil presos. A partir de ahí perdemos su pista. Espero que pudiera reencontrarse con su madre. El pasado 7 de septiembre la Generalitat de Catalunya anuló su juicio para reparar su memoria como víctima del franquismo.