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Ala mente humana le chiflan las dicotomías, se desliza por ellas sobre raíles (dos, naturalmente) como la vagoneta de una mina, y así extrae el mineral de las reflexiones y decisiones que expondrá luego, claro está, mediante más dicotomías. Comunismo o libertad, victoria o muerte, yin o yang, verdad o mentira, todo o nada, nosotros o ellos, el bien o el mal, etcétera. Todo se divide así en dos partes, las subcategorías de la dicotomía, y raro es el individuo que consigue pensar sin esa división previa que le permita avanzar por el bosque de dicotomías, siguiendo senderos que se bifurcan.

Por supuesto, no hay bastantes dicotomías para organizar un discurso que satisfaga a nuestras mentes de adictos (la dicotomía es una droga potentísima), por lo que la mayoría de las existentes son falsas, o muy adulteradas por razones políticas o comerciales. Casi todas las mencionadas anteriormente son así, falsas a más no poder, porque es más fácil vender algo si se presenta como opción opuesta al desastre, el mal o el ridículo. Hoy en día se habla mucho de polarización, pero tal polarización no es más que el resultado del exceso de dicotomías fraudulentas, a menudo meramente recreativas, que nos asaltan por doquier. Progreso o atraso, crecimiento o miseria, odio o amor, felicidad o desdicha, cultura o idiotez, legal o ilegal. Todo de dos en dos, como si no hubiera docenas de posibilidades.

Pero a nuestro cerebro le encantan las dicotomías, le procuran la satisfacción de acertar siempre en sus elecciones, como si se le encendiese una bombilla. La que ilumina esas vagonetas, fáciles de manejar por sus dos raíles. La famosa polarización es en realidad un serio trastorno psicológico. Dicotomía cognitiva paranoide (DCP). Sin tratamiento, porque como dijimos al principio, nos chifla pensar en dicotomías, y de ahí que casi todas, además de falsas, sean recreativas. Es decir, que dan gusto. Y contra eso sí que no hay alternativa. O gusto o disgusto, una elección sencilla. A menudo he pensado si podríamos vivir con menos dicotomías, media docena a lo sumo, a fin de desbrozar el entendimiento. Perece que no. Ser o no ser, avisaba Shakespeare y nos repite la propaganda política.