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El pasado sábado, tuvimos ocasión de tener uno de esos encuentros con la alta cultura que tan escasos son en estas Islas nuestras a las que las cosas de tal pelaje rehúyen demasiadas veces para disgusto de propios y extraños… Y el caso es que la figura principal de la que hablamos, un escritor que vende novelas como churros y por el que beben los vientos tanto tirios como troyanos (es decir, tanto la modernez postureta más modernilla como el estamento canónico que decide qué es lo que entra en el Olimpo de los dioses y qué no), era nada menos que Chuck Palahniuk, creador fiel a sí mismo donde los haya, cuya principal y aún más conocida obra es su debut literario, El Club de la Lucha, que convirtió en película David Fincher allá por los lejanos 90, y el resto ya fue historia. ¿Y por qué saco el tema a colación? Pues porque Palahniuk es uno de esos autores que en otro contexto, en otras circunstancias o simplemente en una realidad paralela, podría ser tachado de inmediato de persona non grata tanto por el stablishment como por el público, ya que los temas que trata en sus escritos (donde no se corta un pelo a la hora de describir masturbaciones, pornografía, mutilaciones, o sadismos varios) no son precisamente de los que abunden hoy en día. Así que la verdad es que, de vez en cuando, da gusto chocar los puños con un tipo que no solo no se ha vendido al sistema, sino que además, ha conseguido que le ría las gracias.