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Me resulta increíble que una persona con cierto nivel de formación y que, para más inri, ha formado parte del Gobierno de España, ande por ahí defendiendo los intereses territoriales –no legítimos– de Marruecos. A la supuesta izquierda a menudo se le ve el plumero en este sentido: tienen tantos complejos y tan profundos que acaban creyendo a pies juntillas que cualquier otro país, raza o cultura es superior a la nuestra. Y se tiran en plancha a loar las grandezas de pueblos, formas de pensar y de ver el mundo completamente ajenas –y demasiadas veces poco respetuosas con los derechos humanos–, mientras pisotean lo propio. Ocurrió hace unos días, cuando María Antonia Trujillo, que fue ministra de Vivienda con José Luis Rodríguez Zapatero, ofreció una conferencia en la que consideró a Ceuta y Melilla «vestigios del pasado» y «una afrenta a la integridad territorial de Marruecos». Incidió, además, en que ambas ciudades fueron durante más tiempo árabes que cristianas como argumento base que justifica su marroquinidad.

Si así fuera, España en su mayor parte también debería formar parte de Marruecos, puesto que fue musulmana durante casi 800 años y llevamos 530 de cristianismo. Es decir, palabras propias de alguien analfabeto o dispuestísimo a dorarles la píldora a los gobernantes de otro país. Saltar por encima de la historia como si fuera un charco no es la forma respetable de actuar de alguien que ha llegado a representar a su país. Al final, independientemente de todas esas disquisiciones, como ocurre con Gibraltar, lo que habría que hacer es preguntarles a ceutíes y melillenses qué son y, sobre todo, qué desean seguir siendo. No creo que Trujillo haya hecho allí muchos amigos.