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Opinaba Paul Lafargue, aquel filósofo socio-político, hace ya muchos años, que las clases dominantes, las que detectan el poder, hacen alarde de su ideal, porque tienen la necesidad de enmascarar su palabrería idealista. Se trata, en cierto modo, de un charlatanismo ideológico, A veces es como un juego de tenis de mesa entre quienes ostentan el gobierno y quienes les hacen la oposición. Y en medio del juego de toma y daca, está el sufrido ciudadano, el votante al que dejan sacar la nariz durante un día de todo un lustro, el cuerpo físico y el espíritu inquieto de un país entero. Es el más seguro y eficaz medio de engaño político y económico. La contradicción entre las palabras y los hechos, de unos y otros, en el presente y el pasado. Lo que más se les pide es que respeten escrupulosamente, sin resquicios tramperos, los derechos fundamentales, la declaración universal de derechos humanos, algo que como podemos ver no se cumple a rajatabla. En la estructura actual del superconsumo, los grandes poderes económicos, en las alturas, como si nada pudiera alcanzarles, nos venden cuanto podamos imaginar, incluso muerte, al fabricar y exportar las máquinas de la muerte. En este momento de desconcierto, de incertidumbre, cuando a diario se nos amenaza lo que llamábamos el estado del bienestar, hay toda una juventud a la expectativa. ¿Qué pueden darles los padres de la patria que a menudo nos obsequian con riñas de gallinero? Claro que… ¿Quién hubiera podido prever la pandemia que ha diezmado a la raza humana en un tiempo relativamente breve, letal, inmerso en cada esquina y en cada casa? ¿O esa crisis energética que nos mata de hambre? ¿O una guerra ruso-ucraniana que nos muestra unos trágicos y desolados escenarios que ya creíamos superados en el viejo continente? ¿Qué más nos espera? ¿Hemos de creer a los profetas de la demagogia de un día para otro? ¿Será que no existe una historia ideal eterna que reúne todas las esperanzas? Volviendo a Laforgue, decía que las ideas de progreso, de justicia, de libertad… como los mismos axiomas matemáticos, no existen por sí mismas y fuera del dominio experimental, no preceden sino que siguen a la experiencia; no engendran los fenómenos históricos sino que son consecuencia de los fenómenos sociales, que en su evolución las crean, las transforman o las suprimen… Dicho de otra manera: es tropezando con la piedra como aprendemos a levantarnos.