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Septiembre. Septiembre es un mes agradable y musical cuando lo nombras. Quizá por esa p tan bien puesta (la RAE acepta setiembre, con t y sin p, pero precisa que en el lenguaje culto es preferible la segunda opción; la RAE tiene eso, que acepta todas las opciones pero se inclina por una), que le provoca una sonoridad especial cuando lo nombras. Septiembre, que ya se acaba, es el único con p. Sí, vale que mayo también es el único con y, pero resulta menos atractivo y rotundo cuando pronuncias su nombre. Lo único que salva a mayo (o lo único que podría salvarlo) es que es un mes primaveral. Pero tiene poco que hacer teniendo a abril por delante. Abril es sinónimo de primavera. Las primaveras, como las revoluciones y las repúblicas vienen en abril, que además es un mes lleno de poesía y el único del calendario que, si escribes en castellano, termina en consonante. Septiembre, que ya se acaba –y tan bien puesto en el calendario como la p que lo marca– es un mes de otoño que, incluso en años raros como este, se trae los primeros frescos que lo alejan de los agobios del verano. Todavía no es invierno y queda lejos (por suerte) la Navidad y su melancolía. Todavía cuando acaba septiembre puedes tomarte unos días de paz hasta que asomen por allá esos otros dos meses que siempre llevan la Navidad de la mano y que son como dos hermanos gemelos que casi se llaman igual: noviembre y diciembre. Comparten con septiembre las últimas letras de su nombre pero nada que ver, esa pareja, con el mes que ahora se va y al que conviene seguir nombrando en voz alta y enfatizando esa p tan bien encajada que hace que suene como una ópera grande. Sí, se acaba septiembre, asomará octubre (que es un mes de transición) y dará paso a esos dos meses tan parejos que van juntos y son como las niñas de El resplandor. Pero mientras, hay que seguir celebrando su nombre: septiembre.