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Cuando la semana pasada, ante la lentitud y flojera de su operación especial en Ucrania, Rusia movilizó a 300.000 reservistas, convocó referéndums en las zonas ocupadas y Putin, tras asegurar en discurso televisado que «Occidente quiere destruirnos», declaró finalmente la guerra con más de medio año de retraso, amenazando de forma explícita con su poderío nuclear, enseguida comprendí que siguiendo los informativos nunca iba a entender nada. Nuestra ministra de Defensa Margarita Robles, por ejemplo, respondió como un tentetieso «No vamos a aceptar ningún tipo de amenaza». ¿Quiénes no vamos a aceptar? ¿Y qué hará Robles para no aceptarlo? En las guerras, no sólo todas las noticias son falsas, sino que todos los dirigentes no paran de decir tonterías. Qué otra cosa van a decir. Buscando fuentes de información fiables, recordé a la gran Svetlana Aleksiévich, periodista y Nobel de Literatura ucraniana, de nacionalidad bielorrusa, y su extraordinario libro El fin del Homo sovieticus, de 2013, poco antes de que en 2014 empezase la guerra entre ucranianos y ucranianos rusos. Lo estoy volviendo a leer, y he aquí unas breves anotaciones. Aleksiévich se veía venir este apocalipsis, y con grabadora y bolígrafos, preguntó durante años a rusos, bielorrusos, turkmenos, ucranianos… («Ahora vivimos en Estados distintos y hablamos lenguas diferentes, pero somos inconfundibles»), para saber qué es un soviético y qué herencia conlleva. Ya en el prólogo asegura que «Somos un pueblo proclive a la guerra. Nunca hemos vivido de otra manera». «Estamos haciendo el capitalismo bajo la dirección del KGB». «Hoy el presidente goza de un poder absoluto, como los secretarios generales del Partido, y el lugar del comunismo lo ocupa la doctrina de la Iglesia ortodoxa rusa». Cito de las primeras páginas, y hay más de 600. El libro destaca que tras 70 años de régimen soviético, «jamás nos abandona la sensación de ser especiales y excepcionales, de la excepcionalidad de Rusia, aunque no tenga más fundamento que las reservas de petróleo y gas». Renace una fuerte nostalgia de la Unión Soviética. Piensan que les gobiernan los estadounidenses, y ya han aparecido «bombones y embutidos soviéticos». Si quieren entender algo, lean a Aleksiévich, que además es gran literatura. Si no, no hace falta.