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En 1769, un genial científico eslovaco llamado Wolfgang Von Kempelen creó una máquina que asombró al mundo. Se llamaba ‘El Turco’ y estaba formada por una caja a modo de mesa, un tablero de ajedrez encima y una figura de madera ataviada con turbante otomano y ropaje de seda que estaba sentada delante. El autómata fue paseado por las cortes europeas y ganó a celebridades de la época, como Benjamin Franklin, la zarina Catalina II o Napoleón, que no tenía buen perder ni en el campo de batalla ni en el tablero de las 64 casillas. Nadie sabía cómo aquel engendro diabólico podía batir a todos sus adversarios con pasmosa facilidad, hasta que se descubrió que dentro de la mesa, oculto por un ingenioso juego de espejos, había un habilidoso y casi diminuto jugador de ajedrez. La máquina, pues, era un timo. Uno de los más célebres de la historia. Ahora, más de dos siglos y medio después, El Turco se ha reencarnado en José Hila. El alcalde tahúr que ha dejado a Palma hecha unos zorros: con una inseguridad ciudadana casi africana y las calles repletas de excrementos y grafitis, que debe ser un reclamo moderno para los turistas. Y con un caos sin precedentes de los taxis y el Paseo Marítimo en estado calamitoso. O con el poblado de Son Banya, que prometieron desmantelar, facturando millones de euros con la droga. Como El Turco en el siglo XVIII, Hila ha conseguido engañar a casi todos con sus promesas. Con el agravante de que él no tiene un autómata escondido bajo la mesa de su despacho. O sí.