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Basta conectar la tele cinco minutos, echar un ojito a Twitter o espiar cualquier conversación en el autobús para empezar a hiperventilar. El dichoso cambio climático –¡Greta Thunberg, nunca te lo agradeceremos bastante!–, la crisis económica, el gas ruso, las pandemias que nos acechan y blablablá. Todo es aterrador. Luego miras por la ventana y el cielo es tan azul como debe serlo en septiembre, la temperatura es perfecta, los pájaros cantan y hasta grillos ronroneando en los árboles he encontrado en mi insomnio a las cuatro de la madrugada. El mundo gira, la vida sigue. Si decides apagar esa fuente inagotable de malas noticias, la perspectiva cambia. ¿Que el recibo de la luz es más caro? ¿Que la compra semanal también? Bueno. Quizá haya que reorganizar las finanzas domésticas. Lo hemos hecho cien mil veces en los últimos cuarenta años. Lo que tal vez arroje un poco de luz en estos tiempos siniestros es investigar ligeramente dónde se esconde el dinero. Quién lo tiene. Por qué. Para qué. Las industrias –legales– más rentables del mundo son: el petróleo, los casinos, la defensa, el alcohol, las farmacéuticas, el tabaco, los videojuegos y la banca. Entre las ilegales domina el tráfico de drogas. ¿Qué tienen en común? Que nos prefieren idiotizados, obesos, enfermos, odiando, ludópatas, encerrados en casa o bien gastando gasolina a tope, dependientes y asfixiados económicamente para que pidamos muchos préstamos. Eso es lo que mueve el mundo. ¿Y qué motor se utiliza para que la máquina no se detenga? ¡El miedo y la estupidez! Que no nos dé tiempo a pensar, a analizar, a comprobar cómo es en realidad el mundo, la vida. Basta mantenernos aterrorizados, con nuestro dinero atrapado en sus negocios.