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Si me han echado de menos les diré que estaba de vacaciones en Mallorca. Así de simple, quince días en el terrado de mi casa, subí una silla plegable, un cajón vacío de sifones como mesita y una nevera de plástico con cervezas. Muchísima gente sueña con unas vacaciones en las islas, se desplazan desde las antípodas para estar aquí y yo solo he de subir dos tramos de escalera. Entre cerveza y cerveza, radio Murta y ‘Los 40 Principales’, escuchando a los cantantes que emiten un sonido con música, pero no se les entiende una palabra. Ahí están las canciones del verano, las de Rosalía y el Quevedo, que parecen interpretadas por papirotes. Es la moda, son modernos, son cibernéticos, nada que ver con Bonet de San Pedro, así se diferencia esta generación de otras, la idiotez en el futuro está garantizada.

Les diré una cosa, desconectando, aunque sea por unos días, la vida es bella a pesar de estos cantantes. En cierta ocasión, Pablo Llull, el director del diario Baleares, me dijo: «Aquí puedes escribir de todo lo que quieras menos de lo que no debes». Algunas veces se me olvida. Soy crítico con los políticos y esto está mal visto. Antes, no hace mucho, digamos veinte años, en Mallorca, una crítica política hacía su efecto. Hoy las nuevas generaciones se pasan las críticas por el forro, piensan que lo que se opina un día al siguiente ya es historia, llamarles la atención es como darse testarazos contra un muro de hormigón.

En fin, septiembre y de vuelta a la vorágine, tengo trabajo porque los temas abundan, ahí va Putin con su guerra y riéndose de Europa; los chilenos han votado no a reformar la constitución de Pinochet; ahora sé para qué sirven los de Més, para regalar camisetas al presidente español y no se les entienda una palabra en el Senado; el gobierno israelí sigue machacando al pueblo palestino, los auténticos dueños de Palestina que por el don dinero hoy se llama Israel; el Feijóo cada vez se parece más a Rajoy y por lo que se oye muchos lo votarían; y aquí los progresistas mallorquines bregando en una sociedad de mayoría conservadora que se mueve por adivinaciones. Se alza de nuevo el telón, sólo me falta por aprender el vuelo sincopado del murciélago.