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Cierto que, desde hace años, la publicidad ha conseguido que «lo joven» venda sus productos, y cierto que en años más recientes el boom de los/as influencers ha constituido mayoritariamente un fenómeno joven. Pero ya en tiempos en que los que somos mayores éramos jóvenes, la literatura poética mitificó sobremanera esa etapa evolutiva de la persona humana. Yo mismo sucumbí al mito, y el día que, en un país americano, me condujo a la «Fuente de la eterna juventud», me descalcé y metí mis dos pies en la fuente mágica (esa vez, sin resultado mágico constatado).

No es mi propósito potenciar el mito, ni adular a los que ahora militan en esa franja de edad. Mi propósito se reduce a respetar máximamente a los jóvenes de hoy. La primera razón es porque un día yo fui joven, y tengo los mejores recuerdos de esta etapa. La segunda razón es que los jóvenes de hoy constituirán, sí o sí, la generación que mañana conducirá el destino del mundo del que he formado parte y he aprendido a querer. La tercera razón es porque he descubierto, escuchando a los que ahora son jóvenes, que ellos no segregan tanta negatividad como la que segregamos los mayores, y aunque no viven de quimeras nuestras, viven de esperanzas suyas; deseo que nuestros fracasos no impidan sus ideales.