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De pronto, el 86 % de las noticias del mundo, salvo las deportivas y de cotilleos que tienen espacio aparte y son una constante universal (como la gravitación), desaparecieron de golpe de los medios de comunicación, sobre todo de la tele (a internet ni me acerco), y fueron sustituidas masivamente por un funeral interminable, millares de necrológicas y documentales históricos muy sentimentales. Un funeral regio, solemne, pomposo y global, es decir, inglés hasta la exasperación. Y así día tras día, porque al parecer Dios no pudo salvar a la reina como es su obligación, y ese fallecimiento obró el milagro audiovisual de que toda la actualidad, y todos los programas de televisión, se llenaran de los rituales y las costumbres inglesas, su inacabable ceremonial y su vasta cultura teatral, aunque sin permitir entreactos para que la gente abandone la sala un momento a fin de tomar un café o mear. Y al día siguiente, igual. El funeral infinito. No recuerdo la última vez que un suceso individual acabó con todas las noticias del mundo, y puso de acuerdo a todos los periodistas y comentaristas del planeta (internet aparte, ahí no entro) para hablar de lo mismo. Ciertamente, hemos podido volver a comprobar, con cifras y datos de audiencias, que el interés popular por la reina anglosajona fallecida excede cualquier medida, y por lo tanto, que el número de pánfilos, pardillos y papanatas, en España y quizá en todo el globo, también excede lo imaginable. Bueno es saberlo, pero aun así ya llevamos una semana de funerales, y no sé yo si el conocimiento mencionado compensa la tabarra mediática, con idas y venidas del histórico cadáver de castillo en castillo, que más que rendir honores fúnebres a Isabel II, parece un intento de cubrir todos los horarios de máxima audiencia. Márketing funerario, gran especialidad de los ingleses. Pero agobiante, incesante, en sesión continua. Qué falta de respeto con la llorada soberana. Y con los que ni siquiera somos británicos, ni ganas, y lo mismo hemos de asistir a este funeral incesante, absoluto, eterno. Como si hubiese fallecido, a estas alturas, el propio Dios. Y mientras, quién sabe lo que habrá estado pasando aquí la última semana.