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Que vivimos tiempos sombríos y difíciles es algo que pocos pueden negar. No habíamos acabado de vencer a la pandemia cuando un enorme barco embarrancó en el canal de Suez interrumpiendo los suministros que movían al mundo. Desembarrancado el puñetero barco, un iluminado invade Ucrania disparando la inflación mundial y cortando el gas a Europa. En un entorno tan inestable como este es difícil mantener alta la moral y elevado el espíritu. Son muchos los proyectos que se caen, demasiados los sueños rotos, incontables las esperanzas perdidas. Sin embargo, a pesar de los pesares, hay quienes no desfallecen y siguen adelante. Vienen a mi mente los nombres de dos personas que han sido capaces de realizar sus sueños pese a todo y a todos. El primero es Manuel Avellanas, presidente de la Fundación Cine de Huesca que, armado únicamente de su entusiasmo y su amor al cine, impulsó hace nada menos que cincuenta años la creación del Festival de cine de Huesca. Mantener vivo hoy un festival de cortometrajes es una proeza, haberlo hecho durante los últimos cincuenta años un verdadero milagro. Este Quijote aragonés se empeñó en inundar su ciudad, Huesca, de cine. El prestigio que tiene hoy su festival sobrepasa nuestras fronteras y es uno de los pocos festivales de nuestro país que otorga a sus premiados la preselección, no ya para los Goya, sino para los Oscar de Hollywood.

El otro nombre, sin duda, es el de Antonio Roa que, desde su Puente Genil natal ha dedicado su vida a mantener viva la memoria y la obra de uno de sus vecinos más ilustres, el poeta Juan Rejano. Al sin fin de actividades que realiza desde la Fundación Juan Rejano y la Asociación Poética, ha unido la creación del premio internacional de poesía Juan Rejano-Puente Genil. Defender la poesía en un mundo como el que nos ha tocado vivir es una proeza también quijotesca que merece toda nuestra admiración, y reivindicar la obra y la figura de uno de nuestros mayores poetas del exilio, condenado al injustamente al olvido como tantos otros, es una lección de justicia y de dignidad.

¿Qué tienen en común estos dos quijotes capaces de salir a batallar por los caminos de ese erial cultural que es hoy nuestra España armados únicamente de versos y fotogramas? El entusiasmo. Su entusiasmo ilimitado. Esa es su arma, su grandeza, su fuerza invencible. Y también el espejo en el que todos deberíamos mirarnos para recordarnos que los sueños y la esperanza no han muerto, que están ahí, a nuestro alcance, en nuestro aquí y nuestro ahora. Así que, ¡Ánimo, y un poco de entusiasmo, por favor!