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El otro día la periodista Rosa Villacastín sufrió la furia de los fanáticos de Twitter por este tuit: «Pregunto: alquilas un piso por un tiempo determinado. Ambas partes firman un contrato, que está para cumplir. El inquilino a los dos meses deja de pagar, y te dice que no piensa pagar. ¿Y ya está? ¿Se queda en el piso por las buenas el tiempo que quiera y el juez le da la razón?». Las respuestas eran para echarse a temblar: «Si una persona deja de pagar es porque habrá tenido un problema». Parece que siempre los morosos son familias humildes y no es así. También hay ocupas con corbata.

Les voy a contar una historia de terror que sufrió mi familia. Mis padres tenían hace unos años una casa en Playa de Palma. En un momento dado, decidieron alquilarla todo el año, renunciando así a disfrutarla los tres meses de verano como hacíamos siempre. Le dije a mis padres que sería más rentable hacer Airbnb, pero ellos, que ya están mayores, preferían estar tranquilos a costa de cobrar menos dinero. Le dijeron a la inmobiliaria que solo la alquilarían a tiempo completo.

Un día se presentaron dos abogados mallorquines, padre e hijo, con cara de cándidos. Nos contaron que la querían alquilar para alojar a trabajadores de una obra cercana. Firmamos el contrato y al mes siguiente ya estaban subarrendando la casa en Airbnb. Las fiestas eran continuas, los vecinos se nos quejaban del ruido y nosotros no podíamos hacer nada. Un día me acerqué a la puerta de la casa y los alemanes que estaban de cervezas en nuestra terraza me dejaron ver el contrato. Estaban pagando 500 euros al día. Los cándidos abogados le estaban sacando como mínimo una rentabilidad del 600 %. Negocio redondo.

Mis padres contrataron un abogado para echarlos por incumplir el contrato. Ellos respondieron dejando de pagar el alquiler. Negocio más redondo. Nos quejamos a la inmobiliaria y resulta que la chica estaba compinchada con ellos: «No debéis denunciarlos. Son abogados y vais a perder».

Aquellos días tuve por casualidad una comida con jueces de civil y penal. Les expliqué el caso y reconocieron que la ley no nos amparaba. Realmente teníamos todas las de perder. En el mejor de los casos les echaríamos en tres o cuatro años. Negocio súper redondo. Mis padres, a sus 80 años, perdían el sueño, como los vecinos que sufrían el ruido. Y así estuvimos, impotentes varios años, hasta que ofrecieron marcharse si quitábamos la denuncia.

Debían tener otras casas para ir desplegando su estafa legal. La ley protege al ocupa y muchos tienen corbata.