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Si Gabriel Fuster, banquero y naviero de cierta entidad, hubiese visto la pasada semana el espectáculo montado por nuestro Ayuntamiento progresista para mostrar una de las llaves perdidas del reino de Mallorca, desde luego se hubiera divertido lo suyo, y esto que no era personaje de mucha broma. Quizás la poca que tenía se le acabó el día en que se enteró de que las llaves vendidas hacia 1820 a unos monjes alemanes, en realidad las había entregado a unos agentes del barón de Rothschild, y que éstas eran las que los agermanados ofrecieron a Carlos V en señal de homenaje y que fueron rechazadas por éste.

Fuster falleció en 1848 y de las llaves nunca más se supo. No debían importar. Sin embargo, en 1968, el alcalde Máximo Alomar recibió una carta del embajador de España en París, comunicándole que las había visto en la mansión de los Rothschild y si quería que hiciese gestiones para adquirirlas. El alcalde le contestó de inmediato, pero luego nada más se supo. Operación frustrada. ¿Por qué las quería Alomar? Pues para recuperar algo perteneciente a nuestra historia. Décadas después apareció el trabajo de Eulalia Durán y al hilo de éste, el artículo de Gabriel Llompart, publicado en este mismo periódico.

Más adelante, a raíz de la publicación de un reportaje dando noticia de que los famosos rimmonis de plata de la Catedral, pretendían comprarse por alto precio desde Jerusalem, aventuré en un desdichado artículo, que mejor sería canjearlos por las llaves del Reino, por entonces depositadas por los Rothschild en la Ciudad Santa. ¡Menudo desacierto! A nadie le importó rescatarlas, pero al día siguiente un extranjero entró de noche en la Catedral a la toma de los rimmonis. El robo no pasó de tentativa.

Lo curioso de toda esta historia, es que unos, como el actual propietario de una de las llaves, un joyero americano, las tienen por su valor crematístico, y otros, como el concejal Llorenç Carrió y sus congéneres de Més, para resaltar la rebelión de los agermanados en su lucha contra la corrupción, tratando de exaltar su memoria como mártires de la libertad del reino frente a la opresión. De ahí los dos cuadros, el de Joan Crespí y el de su asesino Joanot Colom, declarados hijos ilustres por los exaltados liberales del XIX, la pasada semana situados a izquierda y derecha de la llave.
Total, según convenga, las llaves abren y cierran. Hoy con las del reino mallorquín, se reabre la historia para recordar la grandeza de los agermanados, olvidando el reguero de asesinatos que cometieron, puesto que, como siempre, en cualquier revolución se mezclan gentes de buena fe con auténticos asesinos. Otras llaves, como las del sepulcro del Cid Campeador, le sirvieron al republicano Joaquín Costa para cerrarlo con doble o siete llaves. En su artículo ‘Crisis política de España’, publicado en 1898, quiere anular las páginas de una España gloriosa, enterrando al Cid de la memoria de nuestro pueblo. «Era un mercenario», precisará.

Hoy, también pretenden borrarle las izquierdas, entendiendo que su exaltación fue cosa política de la dictadura franquista. Nada importan los romanceros de los siglos XVI y XVII, ni el Cantar del Mío Cid descubierto por Menéndez Pidal. Hoy lo que interesa es cerrar las llaves a la epopeya hispánica.