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Una de las características más llamativas de la sociedad actual es el absoluto triunfo del analfabetismo. Es obra del sistema educativo, de la pérdida de la lectura y del bombardeo de analfabetadas vía televisión y redes. Nunca ha habido una sociedad especialmente culta en la historia de la humanidad, pero hasta ahora el ignorante solía estar acomplejado y se callaba, no andaba por ahí dando lecciones. Y cuando lo hacía, los demás se reían de él. Ahora ocurre lo contrario. Las personas cultas tienden a callar, porque la ignorancia es dominante y es violenta, no conviene enfrentarse a esa horda de brutos enardecidos. Su campo de batalla son las redes sociales, donde se extienden como un cáncer muy agresivo las teorías más absurdas.

La más reciente se llama «cultura de la cancelación» y consiste en derribar cualquier cosa –música, obras literarias, cine, teorías filosóficas, personas– por más poso histórico que tenga por no cumplir con los mandamientos de lo políticamente correcto, es decir, por las imposiciones ridículas de los lobbies de pensamiento único que han instaurado su dictadura en medio mundo. Nos dicen que Pablo Neruda no debe ser leído nunca más porque fue un violador, que Shakespeare jamás debería ser puesto en escena porque era racista y así hasta el infinito.

El problema de base es una falta atroz de cultura y de inteligencia. El error es querer interpretar el mundo, la historia, las otras sociedades y culturas de la Tierra con los ojos de una pedorra analfabeta del siglo XXI que se cree a pies juntillas todo lo que le cuenta alguna otra petarda como ella. Está bien, cancelemos toda la historia humana –siempre fue racista, bélica, homófoba, machista, maltratadora, etc.– y abracemos lo de ahora. ¿Qué de valor nos ofrece?