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Como todos, ellos no pidieron nacer; como a todos, los trajeron a este mundo cuando lo quisieron sus padres. Pero al llegar a aquí se encontraron con un mundo que poco o nada tenía que ver con el que habían vivido sus padres. Aquello de que cada generación viviría mejor que la anterior se rompió con ellos. Los habíamos formado como a ninguna de las generaciones que les precedieron. Carreras universitarias y masters llenaban sus curricula. Todo estaba preparado para que se comieran el mundo. Pero cuando llegó el momento, su momento, explotó la gran mentira sobre la que vivíamos.

Los recortes no hicieron más que agudizar la crisis que nuestro egoísmo había amamantado durante décadas. 2008 fue el principio de una nueva Era, la de la incertidumbre y la precariedad. Los sólidos principios que habían soportado el peso de nuestra ignorancia se hundieron para siempre. Ya nada sería como antes. Las brillantes perspectivas de trabajo de aquellos jóvenes dejaron de existir de la noche a la mañana. Tanta carrera y tanto máster, pensábamos, para acabar mileuristas. Sentíamos una gran pena por aquella generación formada para dominar un mundo que ya no existía.

El paro y la precariedad se lo llevaron todo por delante. Con el paso de los años la situación empeoró y hasta ser mileurista llegó a ser un privilegio. Con el paso del tiempo parecía que algún día llegaríamos a superar la crisis que nos había ahogado a casi todos, pero a aquella crisis le siguió otra, y otra más. Un simple murciélago se llevó por delante las maltrechas perspectivas que, en nuestra necesidad, nos habíamos creado. Las vacunas y las mascarillas parecieron vencer a aquella pesadilla que nos atacó a todos, pero no tardó en llegar otra, esta vez en forma de guerra incubada durante años por nuestra ceguera y nuestro egoísmo. Y aquella generación tan brillantemente formada entendió que todo lo que aprendieron en sus carreras y sus masters era mentira, que nuestro mundo era una gran mentira y que la única verdad es la precariedad que nos ahoga a todos y que el futuro, ese con el que tanto habíamos soñado, no es más que una espeluznante distopía cada día más cercana, inexorable y cruel.

Nuestra esperanza, la de todos, está en que esos jóvenes se pongan el mundo por montera y consigan evitar la destrucción del planeta. Por desgracia esa era una asignatura que nosotros, viejos náufragos analógicos en este mundo digital, no permitimos que estuviera en los planes de estudio de sus carreras y de sus masters, era prescindible porque no daba beneficios económicos a corto plazo.