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Te voy a llevar al kiosco más grande de Palma», le dije a mi hija de nueve años para engañarla. Y así conseguí que me acompañara al mercado. La niña estaba fascinada ante la cantidad de periódicos, revistas y fascículos que había colocados en las estantería. Junto al mercado, además, hay una cafetería especializada en cereales que tiene películas VHS pegadas en la barra.

«Y esto es una cinta que tenías que rebobinar antes de entregarla en el videoclub, a donde ibas todos los fines de semana a por una película». Esas clases de arqueología tecnológica fascinan a la chiquilla. Luego me enteré de que hay un mercado de nostálgicos capaces de pagar hasta 11.000 euros por una edición Diamante Negro de La Sirenita (¿dónde habré metido esa película que revisioné decenas de veces y que ahora me provoca urticaria feminista?). Los locos del vintage están muy locos. También me dicen que están volviendo las cámaras de fotos analógicas y que en las tiendas de impresión de fotografías se revelan carretes como si estuviésemos en 1970. Lo moderno es lo antiguo.

Mientras tanto, los kioscos de Palma han estado a punto de cerrar con el consiguiente temor de los nostálgicos del papel, entre los que me hallo. Tanto por cuestiones laborales como por consumo propio. Me pagué la carrera vendiendo periódicos a guiris en zonas turísticas y eso da mucho mundo. Leer The Sun o el Bild Zeitung debería convalidar un año de Erasmus. En el kiosco más grande de Palma (una mentirijilla de madre) había mucho más que revistas del corazón o de decoración. Y pude reencontrarme con cabeceras que me cuesta encontrar en otros sitios. Los adictos al papel esperamos con ansias su resurrección, visto el nuevo esplendor de las películas VHS y el carrete de fotos.