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La ministra de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Raquel Sánchez, ha hecho hace unos días el ridículo más espantoso a cuenta de la mascarilla.

El jueves por la mañana, en el Congreso de los Diputados, anunciaba el fin de su obligatoriedad en los aviones, lo que supuso que muchas personas que iban a coger un vuelo ese día llegasen al aeropuerto convencidos de que ya no era necesaria, pero no, el propio Gobierno, del que Sánchez forma parte, lo desmentía de forma tajante poco después, lo que demuestra la descoordinación en el seno del Ejecutivo y del que esta situación surrealista es una prueba más.

Desde ese día, he leído auténticas aberraciones de los licenciados en redes sociales, quienes cuentan de forma pormenorizada los gravísimos problemas para la salud que supone mantenerla puesta durante ocho horas y claman por su eliminación definitiva, aludiendo a «criterios científicos». Es una polémica superada que ahora, gracias a nuestros gobernantes, vuelve al primer plano de la actualidad y visibiliza las incoherencias de unos y otros.