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Hoy vivimos la historia a través de la televisión y las redes sociales; nadie podrá decir que no se enteraba de nada cuando todo estalle. Un día, en el futuro, si los hombres estudian su pasado, sabrán, como sabemos nosotros ahora, de las enajenaciones del cerebro humano. Vivimos al día los asesinatos de Putin en Ucrania, las amenazas belicistas de China, el genocidio al pueblo palestino, las atrocidades de los talibanes en Afganistán, las alucinaciones de Pionyang, el terrorismo yihadista y el mafioso comportamiento de Donald Trump en el país de los pistoleros. Todos ellos, con una corte de fanáticos seguidores capaces de convertir la embustería en la verdad más absoluta. Es una olla a presión que puede explotar el día menos pensado sin que podamos hacer nada por evitarlo. Pensábamos que psicópatas como Hitler, Mussolini o Franco habían pasado al olvido, pero no, ahí está Putin reencarnado en los tres juntos.

Los alemanes dijeron que no se enteraban de lo que hacía Hitler, los españoles de lo que hacía Franco y los rusos de lo que ahora está haciendo Putin. Algunos pueblos son muy despistados, otros incluso opinan que Hitler dejó a demasiados judíos vivos por lo que están haciendo ellos al pueblo palestino y aquí, bastantes más de los que llegamos a pensar, mantienen que Franco hizo muchas cosas bien. Yo soy un anarquista que mira al mundo desde un lugar sin nombre y lejano. El más espantoso de los desastres al punto de suceder y lo anuncian a diario como si de un detergente se tratara. Creo que habría que atacar lo irracional: la autoridad, y pensar que cuando todo estalle y volvamos al principio, nada de lo que hay ahora importará. Somos accidentalmente protagonistas de la historia. El ciclo se repite y verlo casi nos aburre.

Los crímenes de Putin en Ucrania no son menos que el incendio de Nerón en Roma, ni los asesinatos en los campos de exterminio nazis, ni la matanza de campesinos de Stalin, ni las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Lo que pasa es que estas cosas ocurrían cuando los pueblos se enteraban menos. Homero anunciaba que la llave de la felicidad residía en el holgado tuétano de la letanía. Para tranquilizarse, lean a Homero.