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Dos noticias, una buena y otra (aparentemente) mala. La buena es que la esperada novela de Enrique Vila-Matas (EVM), que se titula Montevideo y es la primera que publica desde 2019 (desde antes de la pandemia, vamos) llegará en nada a las librerías e, igual que mucha gente, espero ese momento para hacerme con ella y leerla. Aunque, en realidad, es como si ya la estuviera leyendo. Porque cualquier libro de EVM se empieza a leer antes de tenerlo en las manos y meterte en sus páginas. Hay una lectura previa o imaginada que forma parte de ese proceso que te lleva a entregarte a cualquiera de sus textos antes de la primera página y que se complementa con ese otro rito que consiste en retrasar al máximo el momento de llegar a la última página. La mala noticia es que me parece que sufro del mal de Montano.

Así, El mal de Montano, se titula la novela en la que EVM describe esa enfermedad que te lleva a vivirlo todo en clave literaria. Dicho así, no tendría porque ser una mala noticia pues no parece que haya nada malo en vivirlo todo de un modo literario y que cualquier suceso te lleve a alguna novela. Vale, de acuerdo, pero siempre que no te dediques a contar cosas en los periódicos.

Estos días, por ejemplo, ha sucedido algo en el Consell de Mallorca pero cada vez que me asomo a ese edificio, concretamente al zaguán y me fijo en la escalera (o subo a la primera planta, veo las puertas de los despachos y miro el salón de plenos) sólo veo a D’Artagnan subiendo a todo correr con su carta de recomendación para el capitán De Treville o luego bajando más deprisa porque ha visto a Rochefort y empujando a los mosqueteros que luego le desafiarán a espada. Y así no hay manera de creerse nada. Ni de contarlo. Y encima oigo pasos. O de Dumas o de Vila-Matas.