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El sector del taxi se siente criminalizado injustamente». Es un fragmento de una noticia publicada la semana pasada en las páginas nuestro periódico. Yo sé que los intestinos de un gremio profesional solo los conocen los que forman parte de él, pero cuando se trata de un servicio público, nos afecta a todos y ya no es posible tener en cuenta únicamente los intereses de sus integrantes. Revelaré ahora una curiosa anécdota que presencié días atrás, un domingo cerca de la medianoche en el centro de Palma. Un par de mujeres se despedían, seguramente después de cenar juntas, y una de ellas, con algún problema de movilidad, detuvo un taxi para regresar a casa. En cuanto este ralentizó su marcha, ella preguntó «¿Está libre?», algo obvio, pues llevaba la luz verde encendida.

El taxista echó el freno de mano, salió del vehículo –estaba en la parada de Jaume III– y contestó: «Depende». Esa es la actitud de algunos profesionales del taxi de esta ciudad. Depende. Si a él le conviene la carrera está libre. Si no, pues pasando, que ya habrá algún guiri al que llevar al aeropuerto o, mejor aún, a un hotel de Cala Millor. Ante su asombrosa respuesta, la otra mujer se encaró al chófer y le espetó: «¿Cómo que depende? ¡Esto es un servicio público!».

Se ve que el hombre no tenía ganas de pleitos y aceptó la carrera, a pesar de que el destino era una calle palmesana, allá por el barrio de Son Oliva. Los taxistas dirán misa, los periódicos dirá misa, pero la realidad es que el servicio es pésimo, el precio elevado y la garantía nula, pues las centralitas no cogen el teléfono. Si, además, el servicio «depende» del gusto o la conveniencia o el humor del chófer, pues apaga y vámonos. Luego dirán que el ayuntamiento promueve el transporte público.