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Hace unos meses, mis antiguos compañeros de estudios preuniversitarios en Uruguay me añadieron a su grupo de Whatsapp del que yo, por miedo a perder mi tiempo miserablemente, hacía lo posible por huir sin que pareciera una descortesía. Al final, acabé incorporado, pero aún no me ha dado tiempo de arrepentirme.

Así que ahora estoy al tanto de las preocupaciones de mis antiguos compañeros de estudios. Como mi curso estaba conformado por estudiantes de Derecho, predominan los abogados y los notarios quienes, ya al final de sus carreras profesionales, se han convertido en personas extremadamente influyentes.
Este renovado contacto con gente tan particular está siendo muy enriquecedor. Con algunos de ellos no hablaba desde diciembre de 1976, cuando nos despedimos de nuestro instituto para emprender caminos diferentes, yo de este lado del Atlántico. Alguna compañera me tiene impresionado: la recordaba tremendamente tímida y apocada y hoy la veo tan proactiva y segura de si misma que me resulta irreconocible.

Este reencuentro con mis antiguos compañeros me interesa por muchos motivos. Uno de ellos, relacionado con mi profesión periodística, es la forma en que mis amigos conocen el mundo, cómo se informan, qué saben de España, qué les preocupa de su entorno, etcétera. Tras estos meses, tengo suficientes evidencias de que las fuentes de su información, su procedencia u origen, son absolutamente diferentes a las que eran habituales hace veinte o treinta años. De sus comentarios deduzco que mis amigos beben casi exclusivamente en Whatsapp, YouTube o Facebook. En estas plataformas la información les fluye sin ningún orden o, más precisamente, con las prioridades comerciales que determinan los algoritmos y no lo que antiguamente hubiera decidido el periodismo. Tanto leen, oyen o ven el menú de una cena real, cualquier sandez sobre famosos, un chiste absurdo, como un análisis estratégico que explica la situación en Ucrania. Todo se mezcla sin estructuración racional, sin la jerarquía que aportaban los medios de comunicación tradicionales: una mezcla de datos inconexos, aislados, siempre chirriantes, que deforman y retuercen la realidad hasta destrozarla.

De España, por ejemplo, saben sobre todo lo que predican Vox y Podemos. Como mis amigos son mayoritariamente de derechas, elogian a los primeros y vituperan a los segundos. Pero todo procede de las redes. El problema, a mi entender, es que las redes sólo seleccionan las extravagancias, sobre todo de personajes de segunda fila, que son presentadas como los principios ideológicos del partido; las mentiras y exageraciones empleadas para descalificar al rival son tomadas como verdades indiscutibles. Una de estas amigas, de las pocas que es de izquierdas, escribió su parecer de que en España ya no quedan partidos entre Vox y Podemos pero, por alguna razón, me pidió que le confirmase si estaba en lo cierto.

Es verdad que mis amigos están lejos, pero antes la distancia explicaba la poca, no la mala información. En cambio hoy los extremos, las posturas más controvertidas, los posicionamientos más radicales, fluyen por las redes nutriendo las ansias de espectáculo. Las posturas moderadas y razonables no aparecen, no tienen cabida, aunque existan. Esta amiga ignoraba totalmente que fuera de las redes el Partido Popular y el PSOE sobreviven, no precisamente en posiciones marginales.

El peso de los pensadores y políticos moderados, de las ideas no simplificables, de las visiones matizadas está diluyéndose. No es posible entender el mundo a partir de lo espectacular, de lo chirriante. Puede que alguna vez la verdad coincida con lo pintoresco, pero habitualmente no es el caso, de manera que consumimos una realidad espectacular, estridente, pero falsa.
No está de más pensar que mis amigos son la élite de su país; imagino que el resto de Uruguay, incluso siendo el país con mejor educación de Sudamérica, tiene menos o peor información. Entonces, ¿qué visión del mundo tienen las masas a partir de fuentes que priorizan lo pintoresco, lo chocante, la exageración?

Evidentemente, estas fuentes de conocimiento explican los disparates electorales que están ocurriendo en todo el mundo, desde el acceso al poder de Trump al crecimiento de los Hermanos de Italia o fenómenos alarmantes como la oposición a las vacunas. Quienes han perdido la referencia sobre la realidad no son personajes misteriosos, lejanos, extraños: son nuestros amigos y conocidos que han descubierto fragmentos de la verdad que los algoritmos dominantes en la red se han encargado de alimentar y magnificar hasta convertirlos en categoría. Este es nuestro problema de hoy.