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Tengo la sensación de que este verano buena parte de la sociedad occidental, léase europeos y norteamericanos, vamos navegando en el Titanic y reímos, bailamos, soñamos mientras se nos acerca el gran iceberg de la crisis al que nos hemos empeñado en ignorar. O acaso no lo ignoramos y por eso hemos decidido continuar bailando, como si supiéramos que este será nuestro último baile ante lo que se nos viene encima.

En el año 1914, ningún europeo podía imaginar que el asesinato del archiduque Francisco Fernando a manos de un nacionalista serbio iba a desencadenar la que se denominó Primera Guerra Mundial. El mundo pareció enloquecer y las potencias de la época se alinearon unas contra las otras convirtiendo Europa en una campo de batalla regado por la sangre de los contendientes, la sangre de los ciudadanos anónimos que son los que siempre mueren en las guerras.

Ahora vivimos una crisis energética que nos atañe, en primer lugar, a los europeos, provocada porque un país europeo, Rusia, ha invadido otro país europeo, Ucrania. A partir de este hecho, la situación provocada se mece en la incertidumbre y en la provisionalidad. Todo puede pasar y como todo puede pasar parece que al menos en nuestro país gobernantes y gobernados hemos decidido ignorar la realidad.

No se trata de ser agoreros, pero acaso sí un poco más prudentes y, para eso, sería necesario que nuestro presidente del Gobierno deje de estar en ‘modo’ electoral, preocupado por ganar las próximas elecciones para continuar como inquilino en el Palacio de la Moncloa.

Mientras tanto, aquí estamos adormecidos al son de la música del verano haciendo caso omiso de lo que se nos puede venir encima más pronto que tarde y, por tanto, disfrutando del caluroso verano como si en el fondo, supiéramos que es irreversible chocar con el iceberg, momento en que la música dejara de sonar; sin vuelta atrás.