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Estaba en el coche, esperando a mis hermanas que habían ido al supermercado. Observaba a la gente que cruzaba la entrada y de pronto me fijé en una joven madre con su hijito, que llevaba pegado a su pecho por medio de un aparejo que parecía una especie de mochila. Al pequeño, tranquilo, aunque con su cabecilla colgando de cualquier forma, no le importaba nada el trajín que armaba su madre con la bolsa para la compra. Estuve un rato contemplando aquella escena tan sugestiva, tanto que me dejé llevar por la imaginación, trasladándome a la región del espíritu. Me imaginé que aquella joven era mi madre del cielo y que yo era aquel niño que pendía de sus brazos. No era tan descabellada aquella alucinación mía. Puesto que Jesús en la cruz nos hizo entrega de su madre, no es ningún atrevimiento el que un chiflado de la Virgen María sueñe en estar cerca de ella para aprender a ser pequeño, recordando aquellas palabras de Jesús a sus discípulos: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». La tarde estaba cayendo, mientras yo me decidía a ir en ayuda de mis hermanas para trasladar al coche la bolsa de la compra…