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Contemplo el ridículo del Hulk iraní en su debut en un combate de boxeo. Ahora que se han puesto tan de moda este tipo de veladas entre aficionados más o menos famosillos, te das cuenta que lo único que persigue el gran público (no el verdadero aficionado al boxeo) es que dos tipos se den de ostias sin contemplaciones. Es algo incongruente (dónde está la belleza plástica que se origina en la confrontación entre dos púgiles experimentados), pero razonablemente humano: al vulgo le gusta meter las manos en la mierda. Sajad Gharibi, el autodenominado Hulk iraní, acarició las mieles de la fama en las redes sociales con la portentosa exhibición de su poderío físico: un tipo descomunal, 1,88 metros y 177 kilos, brazos gigantescos y cintura diminuta en proporción a su monstruoso torso. Hacía estallar sandías con sus propias manos y retorcía clavos.

En 2016 anunciaba a bombo y platillo que se unía a las tropas de Al Assad en Siria contra el ISIS. Diversos medios de comunicación recogían la noticia como si el auténtico Hulk del cómic amenazara al ISIS como si eso fuese un factor decisivo para las tropas leales al presidente sirio. De su participación en la contienda nunca más se supo. Se decía que sus fotos estaban trucadas. El ser tan solo conocido a través de instagram permite camuflarte y de ese camino nunca debió alejarse para mantener la incógnita de su titánico cuerpo.

Pero para aumentar su fama, tal vez en declive, subió a un ring. Su oponente, el Titán Kazajo, un tipo fornido pero mediocre boxeador, le dio una de las palizas más ridículas a un pequeño y fofo Hulk que no superaba el 1,75 y los 136 kilos. Escondiéndose y corriendo por el cuadrilátero como un niño pequeño al primer guantazo del Kazajo.