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Economía española: previsión de crecimiento económico, para 2022, del 4 %; algo más del 2 % para 2023. Son los pronósticos del FMI, similares a los de otras instituciones. Estas cifras son superiores a las que se calculan para el conjunto europeo: España lidera, por tanto, la tasa de crecimiento en la zona euro, tanto en 2022 como lo esperado para 2023. A ello deben añadirse otros datos, de consulta pública todos ellos: récord de población ocupada; tasa de paro de poco más del 12 % –remitiéndonos a 2008–; gran aumento de la recaudación en la Hacienda –IRPF, IVA, especialmente– por el dinamismo económico; ejecución relevante de fondos europeos, lo cual permite que España se beneficie de una segunda fase de ayudas; prima de riesgo cayendo a un índice 109,8; incremento de las exportaciones de bienes y servicios. El cascarrabias económico choca con estas variables: no le gustan, porque constatan que, a pesar de grandes dificultades por las que atraviesa la economía mundial, los principales indicadores son positivos en la economía española. Deberían evitar volver a casa como enanos gruñones ante esas cifras; pero persisten en el enfado.

Existen datos que son preocupantes. Ningún economista sensato niega esto. La inflación es sin duda el peor, tanto en España como en la Unión Europea. La incertidumbre preside cualquier perspectiva que quiera tenerse. Pero, por ahora, y con los datos en la mano, no puede hablarse de recesión en Europa y en España, a pesar de los evidentes shocks de oferta. No es la situación de Estados Unidos, donde ya se ha producido un claro shock de demanda, y a pesar de que en recientes artículos Paul Krugman matiza la tesis de la recesión estadounidense. En Europa, los índices de confianza en los distintos sectores productivos han retrocedido: he aquí otros indicadores que preocupan. La incertidumbre en un futuro con una guerra cuyo fin no se atisba, justifica tal situación.

La inflación es lo que más inquieta. La guerra ha tensado al alza los precios: energía y alimentos. Distintos estudios indican que en esta inflación persistente tiene una cuota esencial la evolución al alza de los valores energéticos: entre el 40 % y el 70 %. Como decíamos: shock claro de oferta; no es el consumo ni las reivindicaciones salariales de segunda ronda lo que están tensando los precios. De ahí que una subida de tipos de interés por parte del BCE no necesariamente va a tener un efecto tan balsámico sobre el control inflacionario. Atajar el avance de los precios se deberá hacer afectando el meollo de la espoleta: los precios de la energía y, sobre todo, los de la electricidad. Esto infiere la efectividad de una política tributaria que incida sobre los beneficios extraordinarios de las centrales eléctricas, a la vez que se trabaje para modular, de manera más racional y justa, el mercado de la electricidad.

Los cascarrabias económicos deberían concentrar su ira en todo esto último. Y aceptar de una vez que los principales indicadores macroeconómicos, junto al grueso de ayudas proporcionadas a distintos colectivos, están resultando positivos para la población. Vivirían más tranquilos: sin tanto ardor de estómago.