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Pedro Sánchez, en su visita anual a Marivent, con motivo de la guerra de Ucrania, o del cambio climático, o de los efectos de la COVID, nos hizo un regalo que ha sido ampliamente aplaudido: tren gratis para todos en Mallorca. Y con propina: también el metro de Palma dejará de tener coste, si es que existiera aún algún viajero.

En realidad, lo de esta semana no es nada extraordinariamente nuevo, porque desde hace unos meses, no sé si por el cambio climático o por la guerra de Ucrania, el Gobierno paga a los conductores de coche veinte céntimos por litro de combustible, lo que en realidad quiere decir que los que no tienen auto, o que no lo utilizan, han de asumir en sus impuestos el gasto de los que sí conducimos.

Aún antes se había lanzado una guerra frontal a la pobreza regalando doscientos euros a los más desfavorecidos. Y después, se empezó a regalar unos cuatrocientos euros para que los jóvenes consuman cultura, saciando así el clamor por libros, teatro y conciertos.

Como nadie se queja por los costes y todos celebramos los beneficios, este reparto de dinero parece que está convirtiéndose en una costumbre a la que también se acogen nuestros gobiernos locales: ya pagábamos cien euros a quienes viajen a otra isla, so pretexto de dinamizar el turismo; ahora damos otra cantidad a los jóvenes que paguen un alquiler caro, el autobús público de Baleares tendrá ahora una subvención del cincuenta por ciento en el precio y, por otro lado, el ayuntamiento regala bonos de treinta euros para quienes compren en casi trescientos comercios de Palma. ¿Hay quién dé más?

Esta repartidora de dinero, que casualmente empieza a funcionar a pleno rendimiento coincidiendo con la campaña electoral de mayo de 2023, parece ser la fórmula mágica para resolver las disfunciones de nuestra economía. Lejos quedan los tiempos en los que los economistas debatían entre recortar gastos públicos o aumentar los impuestos. Las soluciones para las crisis hoy no generan malestar porque nadie se queja de los costes y todos celebran lo que le pueda tocar en el reparto. Son crisis indoloras.

Esta sesuda teoría económica no es un invento español sino que fue descubierta en Argentina hace más de sesenta años por el peronismo. El peronismo es un movimiento político en cuyo paraguas ideológico cabe tanto Carlos MarxCristina de Kirchner– como Milton FriedmanCarlos Menem. Es decir que viene a ser un adelantado de los partidos políticos europeos contemporáneos, que deciden su discurso a la vista de las encuestas. Con estos principios, el hilo conductor de su historia es el regalo de dinero, inventado por Evita Perón.

Como pioneros, están mucho más avanzados que nosotros. Por eso y por su famosa sensibilidad ambiental, los combustibles en Argentina cuestan la mitad que en cualquier otro país de Latinoamérica, lo que explica las colas de coches en las fronteras para llenar los depósitos; la energía eléctrica tiene tal subvención que supone tres puntos del Producto Interno del país; el precio del tren suburbano ha subido estos días y ahora el más caro no llega a los treinta céntimos de euro. En Buenos Aires, un autobús, también por el cambio climático, le cuesta al viajero unos diez céntimos de euro; los otros noventa los pone el estado. El gobernador de Buenos Aires acaba de aprobar un plan para pagar los viajes de estudios a todos los jóvenes que acaben la enseñanza secundaria en su territorio. En San Juan, cada chico que se gradúa de secundaria recibe un cheque equivalente a mil dólares. El Intendente de Río Gallegos regala viajes al Mundial de Dubai. Sin embargo, lo más espectacular son los planes sociales. Se trata de dinero que se reparte entre personas con necesidades acreditadas ante unas organizaciones privadas que tramitan los papeles, reciben el dinero y pagan a los afectados. Otro tres por ciento del PIB manejado por estos movimientos, por supuesto afines al peronismo, y cuyos dirigentes son los responsables del ministerio que gestiona este reparto.

La aplicación de estas soluciones en Argentina durante cuarenta años ha dado grandes victorias electorales a todos los partidos, empezando por el peronismo. Pero ha tenido un precio: la ruina financiera del país, al que hoy ya nadie le presta dinero. El desastre es absoluto.

Sin embargo, este no es el caso de España. Aquí nos quedan aún unos treinta años de deriva hasta llegar a la ruina completa de Argentina. Entretanto, regalando dinero todos nuestros políticos pueden ganar muchas elecciones y nuestro aplauso interesado. Aún nos queda mucho tiempo hasta que llegue la factura de estos regalos.