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La estacionalidad turística en Baleares no es un problema al que le buscamos soluciones, es un mito al que acudimos para tener temas inocuos sobre los que debatir. Como quien habla del tiempo en el ascensor, el mundo económico de Baleares repite el mismo mantra desde los años cincuenta: teniendo las infraestructuras, los trabajadores y el conocimiento, es una pena que no tengamos turistas en invierno. Lamentamos esa infrautilización de recursos, pero jamás se nos ocurrió una solución. Que media Europa tenga hoy turismo todo el año jamás atenuó nuestro fatalismo: es lo que hay y a resignarse. Tal vez nos dé lástima que un tema que dominamos tan bien, del que lo sabemos todo, pueda un día desaparecer. Dios no lo permita.

Por eso lo que les voy a contar es importante: tras cinco décadas, hay datos que apuntan al fin de la estacionalidad turística, al menos en Mallorca. Involuntario, pero real. Lo cual, por supuesto, no impedirá que los políticos salgan a colgarse las medallas. Históricamente, en invierno no había vuelos a ningún aeropuerto europeo, con la excepción de las conexiones de Mallorca con Londres y Fránkcfort, sobre todo para enlazar con rutas de largo radio. Lo demás, todo vía Barcelona. En los noventa, con una fórmula muy ingeniosa, Air Berlín abrió numerosas rutas a Alemania, antes impensables, con conexiones para el resto de España. Las low cost, por su parte, consiguieron operar al menos un vuelo semanal a Mánchester o a Bristol. Y punto. Eso era todo.

Nada que ver con este invierno cuando, por primera vez, habrá vuelos a lugares tan infrecuentes como Oslo, Bolonia, Nápoles, Einhdoven, Bruselas o Glasgow, algunos inimaginables ni siquiera en los veranos de hace diez años. Aeropuertos bien comunicados en verano como East Midlands o Birmingham tendrán enlaces este invierno.

Las perspectivas son tan positivas que hasta Transavia volará a París, cuando hace diez años ni siquiera había vuelos regulares en verano. Recuerdo los esfuerzos de Air Europa e Easyjet para abrir ruta con la capital francesa, por supuesto sólo en julio y agosto. Para Alemania, Suiza, Portugal o para los aeropuertos más habituales de Gran Bretaña, las conexiones este invierno serán abundantes, como nunca lo habían sido antes. ¿Por qué este cambio de tendencia? ¿Qué ha ocurrido que explique este comportamiento?

Lo primero que hace un turista antes de viajar es buscar alojamiento. Si no hay alojamiento, o si su precio es inasumible, no hay viaje. Da igual que haya un vuelo cada cinco minutos o que los restaurantes sean baratos: lo decisivo es el alojamiento. Como los hoteles de Baleares se mantuvieron mayoritariamente cerrados en invierno por temor a no ganar lo mismo que en el verano, no teníamos turismo. En España, la figura del fijo discontinuo, desconocida en el resto del mundo, permite a los hoteleros traspasar al estado las nóminas de sus plantillas. Por eso, todo el mundo cerraba. Cero riesgo. Ni se intentaba abrir. Aún recuerdo al máximo ejecutivo de un touroperador alemán regañar a la delegación de Baleares en la feria de Berlín indignado porque tuvo que comprar sus propios hoteles para albergar a sus clientes en invierno.

Pero ahora hay un cambio. Ustedes saben que nuestros políticos, temerosos de perder los votos de los propietarios de viviendas, han permitido que todo el mundo en Baleares convierta su casa en hotel. Así que ahora cada uno ofrece lo que quiere y cuando quiere, por lo que es posible alojarse en Mallorca en invierno. Esas viviendas de particulares, que prácticamente carecen de empleados, se pueden vender en las plataformas digitales durante doce meses, de manera que, súbitamente, sin que nadie lo esperara, como efecto colateral, está desapareciendo la estacionalidad. Hay alojamiento, entonces hay vuelos.

Estamos pues ante un cambio que probablemente no vaya a suponer que las zonas turísticas reabran enteramente, pero sí que tengamos más turistas, que haya más servicios, y que se beneficie la oferta complementaria. Si vamos a decir las cosas con claridad: la oferta de viviendas vacacionales, que supone bastante más de cien mil plazas legales, está cambiando las cosas en Baleares. Ya ven, sin darnos cuenta, nos hemos cargado un tema insulso que era ideal para hablar de asuntos económicos sin comprometernos en nada.

Y, de paso, también hemos archivado el ‘rollo’ de la fragilidad ambiental de las islas, porque se suponía que doce meses de presión turística eran inaguantables. Esta queja hoy está muerta debido a que la sensibilidad verde decae mientras gobierna la izquierda. Ya retornará más reforzada si Dios permite que un día vuelva la derecha.