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Leemos, con cierta estupefacción, que estamos trabajando prácticamente siete meses al año para el Gobierno, para la Hacienda pública: comunicación nociva. El mensaje, llamativo, deviene grotesco: la información no solo es tendenciosa, sino que además es intencionadamente sesgada. La tesis entronca con el catecismo económico conservador, remitiéndonos a la gran soflama electoralista: urge bajar los impuestos, ya que esto incrementará la inversión privada y, además, alimentará el consumo, el crecimiento económico y la resolución de los problemas del déficit público. Esas mismas palestras remiten a los impuestos sobre gasolinas de todo tipo –un tema de gran actualidad, dado el impacto energético de la guerra– como un ejemplo de depredación fiscal del gobierno. Pero veamos datos y argumentos.

Primero: más de la mitad de la recaudación sobre carburantes –ejemplo que ahora se invoca por fuerzas conservadoras– se dirige a las comunidades autónomas. Item más: el 50 % del IVA y el 58 % de los impuestos especiales, según se establece en el modelo de financiación autonómico desde 2008. Es decir, los recursos recaudados no van a nadie en concreto; se canalizan hacia las haciendas autonómicas, incluyendo naturalmente las del PP.

Segundo: España recauda menos que otros países europeos por cada litro de gasolina o de diésel que se compra. Muy cerca, por tanto, de los mínimos armonizados por la Comisión Europea. En el conjunto de la Unión, estos impuestos superan generosamente los 57 euros. Tercero: el conjunto de la fiscalidad tiene destinos específicos. La pregunta clave es para qué sirven los impuestos. Y sirven para todo eso que se suele valorar en momentos difíciles: la sanidad, la educación, los servicios sociales, las infraestructuras, la investigación, las ayudas a colectivos vulnerables y a empresas. Aspectos, todos ellos, que han aparecido con fuerza desde la pandemia, y que vuelven a aflorar a raíz de las consecuencias económicas de la guerra. Cuarto: la fiscalidad progresiva se encamina hacia la justicia redistributiva. Esto se vio desde 1945 hasta 1980, tanto en Estados Unidos como en Europa, con gobiernos demócratas, republicanos, socialdemócratas y conservadores, con tipos marginales en la franja más elevada de la renta del orden del 90 %.

En etapas de elevada incertidumbre y recesión, todo el mundo mira al sector público para solventar los problemas que los mercados no atajan. Pero toda esa capacidad, tangible, efectiva, como se ha demostrado y se está viendo, es posible porque existen ingresos tributarios. No, no trabajamos «para el Gobierno» (como si este fuera un avaro y diabólico Shylock shakesperiano): los impuestos sirven para financiar todo eso que, seguro, los lectores valoran: la atención médica y hospitalaria –sea cual sea la gravedad de la dolencia–, la enseñanza pública y concertada, las ayudas sociales, los programas financiados de inversión, la construcción de infraestructuras. Los partidos con vocación de gobierno no deberían caer en el populismo retórico con este tema. Miren hacia Estados Unidos, e infórmense: y comparen con Europa, con España. Después, indiquen dónde quieren vivir.