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Los tiempos han cambiado y no se cumple el adagio popular Santa Margalida l’encen i Sant Bernat l’apaga. Llevamos demasiadas semanas con noticias sobre el exceso de calor y de turistas. Todo ello nos genera un bochorno agravado que no nos deja, probablemente, disfrutar del estío. La tendencia al hastío es tan potente como el olvido ya que ahora somos incapaces de recordar las noches gélidas de febrero en las que los aparatos invierten su potencia para intentar mitigar un frío que también cala profundamente. Al final se trata de buscar soluciones y aprender de la experiencia de tiempos o momentos pasados. Más de uno se empezará a plantear la idea de abandonar Mallorca durante julio y agosto pero ello es de imposible cumplimiento cuando las raíces lo impiden. En alguna ocasión he comentado esta personalidad isleña que se torna árbol y nos ata a esta roqueta que ahora nos agobia tanto. No creo que sea algo nuevo y probablemente es más llevadero que antaño donde además de trabajar en el campo no existían esos aires acondicionados cuyo uso intensivo pone en entredicho la transición energética que Balears tiene que consolidar con independencia de la ideología que gobierne.

Detrás de estas condiciones tan extremas que se presentan como una prueba de resistencia debería existir un aprendizaje o sencillamente motivar la necesidad de entender el porqué de cosas que tradicionalmente sucedían o hacían nuestros antepasados y que hemos arrinconado. Es un grave problema, individual o colectivo, que la búsqueda de cierto placer o desahogo se terminen convirtiendo en un calvario. Un ejemplo son los fines de semana en ese espacio tan codiciado llamado playas donde cada vez es más difícil estar tranquilo y observamos todo tipo de conductas que tienden al incivismo (como ejemplos puedo recurrir a las colillas en la arena, o no recoger las necesidades de los perros como ocurre en las calles). Frente a la dificultad de alcanzar la felicidad colectiva solo nos quedan esos pequeños refugios individuales que cada uno sabe cómo encontrar. La masificación tiene en ocasiones un remedio fácil y que no debería resultar un sacrificio.

A menudo me planteo que no está de más quedarse en casa (al menos las horas de mayor canícula) aunque  sea para entender lo virtuosas que resultan las persianas de madera frente a los grandes ventanales de cristal que caracterizan las nuevas construcciones. Lograr una tabla de salvación y un pequeño disfrute puede hacernos más felices y con ello aportar un grano de positivismo a una sociedad permanentemente enfadada. Las condiciones no ayudan y toca ser pacientes. Tenemos la oportunidad de buscar bondades en los momentos de mayor caos. Caos y problemas del primer mundo porque al final seguimos siendo privilegiados. Mallorca es un paraíso para sus habitantes y para los que nos visitan. Gestionemos mejor o peor, lo superlativo busca ese momento para manifestarse y alegrarnos.