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Francina Armengol se lleva bien con los poderosos, de forma que la nueva estrategia de Pedro Sánchez de demonizar a los «ricos», apropiándose de la parafernalia semántica de Podemos, puesta de largo en el reciente debate del estado de la nación, difícilmente podrá ser de aplicación en Baleares.
Al poco de querer rodearse de los grandes empresarios del Ibex, la banca, las eléctricas y las multinacionales de cierta relevancia en sus comparecencias propagandísticas de carácter económico con los fondos europeos como pretexto, Pedro Sánchez les ha puesto una cruz en forma de impuestos a la banca y a los «beneficios caídos del cielo» de las compañías energéticas, con la única finalidad de sellar sus compromisos parlamentarios y de gobierno con la extrema izquierda e intentar cerrar las grietas que amenazan su permanencia en La Moncloa.

La maniobra es la habitual: caracterizar a las empresas de energía y a los bancos como antisociales, el enemigo exterior, frente a los que los gravámenes impositivos se erigen en la venganza de «la gente». Aun tratándose de otra improvisación presidencial –los nuevos impuestos, si llegan a concretarse, van para largo y su eficacia contra la espiral inflacionista es más que dudosa–, sus aliados han acogido el anuncio con la vehemencia propia de quienes son conscientes de la dureza de perder las sinecuras actuales. Y no por ello hay que descartar una convocatoria electoral anticipada al término de un verano que proporciona un cierto respiro económico, a pesar de la inflación desbocada, y evitar de esta manera tener que proceder como ZP en 2010; sabido el valor de la palabra de Pedro Sánchez, por mucho que reitere su intención de terminar la legislatura, tal propósito puede ser una raya en el mar si así lo dicta su particular conveniencia.

Pero en Baleares no hay grandes eléctricas, ni banca, ni señores que fuman puros en cenáculos varios conspirando para derribar al gobierno, según la burda caricatura de Sánchez; en todos los casos, se trata de delegaciones con unas capacidades que no van mucho más allá de tramitar la burocracia empresarial. Los «ricos» son otros, su negocio es el turismo, y están encantados con la dinámica económica del Govern de Armengol. De hecho, son los inspiradores de la política turística de Baleares y coadyuvan activamente a su desarrollo. Francina Armengol ha procurado no pisar callos, como en su momento se vanagloriaba de hacer el Ejecutivo de Antich, y se ha esforzado en no molestar a los poderosos, sino todo lo contrario.

El mantra del cambio de modelo económico, que para nada importuna los intereses de nuestros poderosos, parece satisfacer las ansias diferenciales del izquierdismo balear. Y los asociados de Armengol, Podemos y Més, que por su idiosincrasia deberían poner el grito en el cielo, comulgan con el principio de lo incómoda que puede resultar la existencia fuera del poder. Més confía en que su parroquia sea suficiente para seguir medrando y Podemos necesitará de muchas ayudas para evitar el batacazo. La duda reside en si la demostrada capacidad de contemporizar de Armengol será suficiente para soslayar la oleada general, contraria a las expectativas electorales del PSOE, cuando el comportamiento de Baleares en las urnas suele ser un calco del nacional.