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Cuando los partidos conservadores están en la oposición, el recetario económico es invariable: la reducción de impuestos, con el argumento de que así el dinero está en los bolsillos del contribuyente. En paralelo, se defiende la contracción del gasto público, considerado un despilfarro. Y, a la vez, se prometen todo tipo de mejoras en la economía pública, junto a las reducciones de déficit y deuda. Lo repetimos: estamos ante la cuadratura del círculo. Lo vemos en declaraciones a los medios, en las redes sociales, en las palestras parlamentarias, por boca de dirigentes conservadores que, además, han tenido experiencias de gestión (o sea, que deberían saber la realidad más directa): el mantra es machacón, sea cual sea la coyuntura en la que se mueva la economía. Siempre las mismas soluciones, al margen del ciclo económico; una fase que se conoce perfectamente por parte de esa oposición, toda vez que tiene acceso a indicadores económicos, financieros y sociales: la ignorancia o la sorpresa no son excusas.

Las promesas siempre son gratuitas y tienen poco coste político para quienes están en los escaños contrarios al Gobierno. Cuando las formaciones conservadoras llegan al Ejecutivo, tras un vuelco electoral, las tornas cambian: los impuestos no sólo se bajan sino que se suben (ha pasado en Estados Unidos, en España y también en Balears); los servicios públicos no se mejoran, dado que se recortan las asignaciones presupuestarias en ellos, al tiempo que se despide personal (se apreció y se aprecia en Balears, en Madrid, en Andalucía, en Murcia, bajo gobiernos conservadores); el déficit público y la deuda se incrementan. Todo esto es contrastable con cifras que provienen de instituciones públicas (INE, Ibestat); es decir, no son opiniones. El saldo general se asemeja a un gran fiasco: esto sí es una opinión.

Pero la argumentación está servida cuando los conservadores aterrizan en el Gobierno; se han tenido que tomar esas medidas porque se han dado cuenta de la pésima situación de las cuentas públicas: facturas en los cajones, gastos descontrolados, mayores deudas. Estos son los pretextos; factores que, de existir, ya se sabían y, a sabiendas –si esos factores, insistimos, fueran ciertos– de que prometer lo prometido era inviable. Se miente desde las opciones conservadoras, como se está haciendo ahora mismo en Madrid y en Balears, en una estrategia de desgaste que no se acompaña de números solventes. Vimos todo esto en el trasvase de gobierno de Rodríguez Zapatero a Mariano Rajoy; y en el del Govern de Francesc Antich a José Ramón Bauzá.

Siempre lo mismo: una lista de frases de manual, para descargar cualquier responsabilidad. Anuncios de recesiones y apocalipsis varias, azuzadas por muchos medios de comunicación, contribuyen al entorno de tsunami: más irresponsabilidad. Todo va mal; cuando lleguen los conservadores, todo se va a resolver. Pero, eso sí, se deberá adaptar ese todo a una pretendida ‘nueva’ realidad que, remachamos, era más que conocida. Es un engaño en toda regla, una deliberada tergiversación: es el gran fiasco conservador.