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Se ha publicado estos días que las entidades culturales ya pueden apuntarse para participar en la campaña de acercamiento de la cultura a los jóvenes que cumplen 18 años en este 2022. La idea es proporcionar a los chicos una especie de tarjeta de crédito dotada con 400 euros que podrán gastar en productos culturales, desde conciertos y festivales a cine, libros, ópera, teatro... una idea que podría ser plausible pero que, como siempre, se queda en intentona fallida. ¿Por qué? Por un lado porque la cantidad es excesiva. Cuatrocientos euros para una sola persona en un solo año implica saturación. A menos que el chaval en cuestión decida comprar la entrada más cara de un par de conciertos. Y limitar la iniciativa a quienes cumplen dieciocho es ridículo. Suena demasiado a deseo de sobornar a los beneficiados para que voten al generoso promotor de la iniciativa. ¿No sería más lógico regalar cuarenta, ochenta euros y ampliar el foco a jóvenes de distintas hornadas? ¿Por qué el de 19, veinte o veinticinco se ve fuera? Y luego estaría la delimitación de qué consideramos cultura y qué no. Porque visitar galerías de arte, por ejemplo, siempre ha sido gratis y se ve a muy poca gente joven allí, interesados genuinamente por la creación artística. ¿Cuántos chicos elegirán la ópera o la danza, que suelen ser caras, porque cuando han querido ir no tenían dinero? Una minoría pírrica. Este tipo de campañas servirán para dilapidar un buen dinero público en actividades que, de cualquier modo, habrían estado llenas: festivales de música, plataformas de streaming, videojuegos, lo más popular... me temo que los jóvenes ya han elegido en qué gastar y las actividades culturales que no les atraen seguirán sin atraerles, por muy gratuitas que resulten.