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Con respecto a mis opiniones procuro que se formen a partir de mi observación directa de la realidad. Puedo (y debo) escuchar otras voces y sus modos de enfocar los hechos, en efecto, pero intento que, se diga lo que se diga, nada pueda enturbiar mi observación si a esta la baso en un análisis lo más lógicamente posible y estricto. ¿Y por qué lo hago de este modo? Pues porque es lo que me corresponde hacer desde ‘el objetivismo subjetivo’. Y también lo hago así porque sencillamente ya no me fío de nadie. Ni de nada.

Son demasiados los que procuran engañarnos. Demasiados intereses circulan por la vida y cada uno de ellos impulsa a sus sagaces seguidores a engañarnos y hacernos colaborar en luchas fraudulentas. Los últimos (y no tan últimos) acontecimientos en el mundo, y la manera cómo son transmitidos hacia las gentes, dan pie a intensificar nuestras vigilancias.

En nuestras democracias son los medios comunicativos los que determinan nuestros votos. Quienes más y mejor pueda darnos información a su provecho serán los que se llevarán los triunfos electorales, resultado, por lo tanto, de unos mayoritarios engaños colectivos. Para esto están los partidos políticos: organizaciones para ganar el poder y desde él repartir ganancias hacia los que los respaldan o financian.

¿Critico con esto las democracias occidentales? Pues sí. ¿Y por qué no hacerlo? Acepto que prefiero vivir en Europa que en otros lugares que desconozco, aunque vaya uno a saber cómo se vive en ellos realmente, si mejor o peor. De todo habrá, y diferente, en estos desconocidos lugares. Pero sí, prefiero quedarme en casa que arriesgarme a vivir en otros sitios. Y más considerando mi estimación hacia las libertades individuales, las amenazadas por las llamadas colectivas, por los fanatismos y por tantos poderes totalitarios que se imponen sin disimulo alguno. Pero el hecho que me guste mi casa no implica que de modo total (¡Ay con el total!) la considere la perfección celestial. Sé que no lo es y que adolece de enfermedades terribles que deben ser curadas (si es que esto es posible).

El eurocentrismo soberbio es una enfermedad, un rechazo estúpido a lo que por desconocerse se desprecia. Otra enfermedad es la hipocresía de los poderes occidentales que van de justos y santos, pero que practican la censura si conviene, pactan con tiranías y se inmiscuyen en países ajenos con conflictos constantes de dimensiones enormes. Las imbecilidades de los líderes actuales europeos no tienen parangón, castigando, por ejemplo, ahora a Rusia con unas sanciones que acabarán revirtiéndose en contra propia. También el servilismo es otra enfermedad. O nuestro aburrimiento dentro de un hedonismo insatisfactorio que contrasta con la vitalidad de sociedades que, por morirse de hambre, saben lo que es la energía para superarla y no les queda otro remedio que avanzar hacia horizontes de un futuro esperanzador, dada la desesperación de su presente.

Precisamente porque me gusta mi casa intento ver los defectos que la amenazan. Y Europa, con sus torpes y egoístas timoneles, puede ir directa al naufragio si sigue así, dormida. La vida es lucha. Se quiera o no se quiera que lo sea. No actuar en consecuencia es simplemente suicida.