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Si está llegando ahora mismo un avión cada minuto al aeropuerto de Palma no es porque millones de europeos hayan decidido conocer las Islas o venirse aquí de parranda. Que también. Es porque los hoteleros y propietarios de viviendas vacacionales han puesto este año en el mercado millones de plazas turísticas. Por eso se equivoca Més cuando reclama al Govern un pacto para reducir la llegada de aviones como se ha hecho con los cruceros. Para reordenar este caos no hay que mirar al cielo, sino al suelo. Y ahí está el verdadero problema. Nadie quiere dejar de criar gallinas que ponen huevos de oro, es lógico. El turismo proporciona la riqueza más rápida, fácil y abundante que se conoce –aparte de actividades ilegales– y esta tierra bendecida por el clima, la belleza y la cercanía al continente lo sirve en bandeja. Mientras haya habitaciones donde alojarse habrá aviones repletos. Así que si en algún momento interesara contener ese aluvión será necesario mirarnos a nosotros mismos, a los mallorquines que han diseñado este modelo de industria intensiva y de crecimiento económico ad infinitum. Recuerdo con cierta añoranza a Margarita Nájera, que tuvo los santos bemoles de recurrir a la goma-2 para destruir los mamotretos espantosos que colonizaban la costa del municipio del que fue alcaldesa. No hemos vuelto a ver nada tan valiente. Al contrario, los que ejercen el poder, sean de la ideología que sean, se pliegan sumisos a los intereses del empresariado, que sigue siendo quien gobierna estas Islas. Y así, a pesar del discurso oficial que habla de contención e incluso de decrecimiento, la realidad es que cada año hay más plazas turísticas disponibles y... por ende vendrán más aviones repletos.