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Quienes leemos el periódico estamos hartos de asistir a la fiesta propagandística institucional diaria. Es lógico, aunque poco prudente, que un político alardee de sus logros. Nos restriegan el pleno empleo, las cifras récord de turistas, de aviones, de llenazos hoteleros. A pie de calle los mallorquines no pueden dar un paso sin tropezar con cientos, miles, de visitantes ansiosos por capturar el sol. Y el alcohol barato. Los números cantan y si uno fuera confiado, podría dormir tranquilo a sabiendas de que Balears va bien, estamos en la Champions y toda esa sarta de memeces que tanto les gustan a los que mandan. Luego, cuando se apagan los focos y se encierran en sus despachos, es cuando llega la hora de la verdad.

La de las cifras reales. Esas que los mallorquines de a pie conocemos tan bien, al céntimo. Resulta que a pesar del pleno empleo, de la vorágine turística y blablablá, aún debemos más de 8.500 millones de euros con sus intereses. Eso sí que da vértigo. Y para poder cumplir con lo que habrá que pagar en 2023 el Govern se saca otro préstamo. De mil doscientos millones. Una maniobra que a nosotros, los de abajo, cualquier asesor financiero nos dice que es un error en el que nunca deberíamos caer: pagar deuda con nueva deuda. Quizá a ellos les digan lo contrario. Pero estamos a un año de la próxima cita electoral y la maquinaria propagandística no puede aflojar ahora: hay que dar titulares, hacerse fotos, cortar cintas inaugurales.

Lo de siempre. Y proyectos elefantiásicos como el tranvía que nos llevará al aeropuerto son un bombón demasiado dulce y tentador. ¿Quién va a pagarlo? ¡Europa, claro! Si fuéramos niños pensaríamos que nos cuentan el cuento de la lechera. Pero ya estamos creciditos.