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Vivimos una situación de emergencia. En el terreno económico, la inflación está resquebrajando muchas costuras del tejido social, del propio tejido económico. La guerra en Europa, con la tensión implementada en los precios de la energía, está contribuyendo de manera decisiva a que eso sea así. A que observemos, muchas veces impotentes, un estado económico cuyas esquirlas sociales se están trasladando al propio estado de ánimo de la población y de los agentes económicos y sociales. Los datos económicos disponibles para Europa y para España, en términos generales, no son negativos: las cifras del mercado laboral, las de crecimiento económico o las de recaudación fiscal, son indicativas de que no nos encontramos, por el momento, en una fase de esta inflación. Ni en un estado de apocalipsis económica, como determinados medios y analistas están divulgando, de manera irresponsable. Sólo emerge, y no es poco, el alza de unos precios, cuyo abordaje se está trabajando desde la Unión Europea y desde el Gobierno de España. Pero un abordaje que, sin duda, va a necesitar de nuevos instrumentos para que no arrolle las positivas iniciativas que se han ido tomando.
Este contexto, que solo telegrafiamos, ha hecho que economistas de distinto signo, pero muy significativos, inquietos por la situación, traten de dar respuestas. Son conocidos ya los debates en blogs y artículos de prensa entre Larry Summers, Olivier Blanchard y Paul Krugman en relación al impacto de la inflación sobre la economía americana y, por tanto, sobre la actuación de la Reserva Federal; un debate que se extiende a Europa. Pero igualmente son conocidas aportaciones muy recientes, estas en forma de libros, por parte de economistas también de renombre, que van más allá del tema trascendental de la evolución de los precios, para exponer sus planteamientos con una óptica más genérica: la evolución del capitalismo como sistema económico.

Entre estos economistas destaca el historiador económico francés Thomas Piketty. Este advierte, una vez más, de un aspecto sobre el que otros economistas también han incidido: la formación de ese necesario Estado del bienestar desde 1945, los denominados «gloriosos treinta años», se truncó con la revolución conservadora de la década de 1980. Se conocen los desenlaces: des-regulaciones, reducciones de impuestos a los más ricos, privatizaciones, rigideces presupuestarias, han guiado la economía mundial y las enseñanzas de la economía como disciplina académica, con la pretendida leyenda de que esto es la única ciencia social posible.

Para armar la democracia económica, la visión de Piketty se alinea con un federalismo europeo, que defiende la mancomunidad de la deuda soberana de los países de la Unión Europea, la urgencia para que paguen los que más tienen –y que suelen eludir su responsabilidad fiscal evadiendo capital hacia paraísos fiscales–; y, a la vez, hace una seria advertencia: sólo con fórmulas de gobernanza pero, al mismo tiempo, de contundencia política, los más ricos se avendrán a pagar lo que les corresponde por justicia social. Una vez más: democracia económica.