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Movistar acaba de emitir la serie documental de Locomia en tres capítulos que he visto de un tirón, pues me tocó vivir aquellos años 80 y 90 en los que surgió este grupo creado por Xavier Font en la Ibiza hippie y que, gracias a José Luis Gil, productor de Hispavox, lograron llegar a tener un éxito mundial que, de la noche a la mañana, se diluyó, desapareciendo sin previo aviso del panorama musical español, destruyendo así la carrera de unos muchachos por culpa del choque de trenes de dos ególatras llamados Font y Gil.

Yo, que viví los momentos de su aparición en escena hasta su fallecimiento mediático, gracias a este documental he podido, por fin, y de propia voz de sus protagonistas, saber cómo sucedió este drama Shakesperiano que, hasta ahora, ninguno supimos realmente entender qué había sucedido.

La España de los 80 no era nada moderna, pues aún arrastrabamos cuarenta años de represión franquista, moralidad católica trasnochada y una homofobia recalcitrante. En los 80 fueron pocos los chicos raros que apostaron por la modernidad de la que ya gozaban EEUU, Inglaterra, Francia y parte de la Europa del norte gracias a la caída del Muro de Berlín. Allí podías contar casi con los dedos de las manos con un Pedro Almodóvar, Ceseepe, Ouka Lele, Jorge de Ilegales, Sabina, Alaska y Dinarama y algunos antros underground de Barcelona como la discoteca Zeleste, o bares de mala muerte de ambiente gay donde uno podía encontrar tribus urbanas de Mods, Punkys, Modernos, etc... Por ahí pululaban personajes como Lluís Claramunt, gran pintor catalán vestido con una especie de disfraz de gitano, Ocaña, Miquel Barceló, el poeta mallorquín Miguel Ángel Velasco y un servidor. Vivíamos a salto de mata y a salto de sablazos a los amigos ricos que compraban nuestras obras, cuadros, dibujos, joyas, abanicos creados por Xavier Font, que también vendía, a sus 16 años, sus muñecas inflables y sus zapatos puntiagudos en la disco 54.

Font venía de familia adinerada y nunca necesitó salir del armario porque jamás tuvo la duda de su condición de hombre maricón, o de maricón muy hombre, como confiesa en el documental. Era un ser libre que manipulaba a todo su entorno desde el corazón y, como él mismo cuenta, se sentía un depredador nato, un ladrón de cuerpos y almas masculinos que, al marchar a Ibiza, mantenía una relación doble de pareja, lo que hoy llamamos poliamor, al que cada noche en las que salía a trabajar en la discoteca Ku, añadía una presa más de forma secreta.

Por Ku de Ibiza pasaron desde Román Polansky, a Freddy Mercury, Harrison Ford, la duquesa de Alba, y el mito de ébano, la cantante Grace Jones.

Manuel Arjona era por entonces casi un niño, un adolescente de 16 años al que sus padres católicos, sobretodo su madre, llevaban de psiquiatra en psiquiatra para mirar de ver qué le pasaba al niño que le gustaban los de su mismo sexo. Hasta que un doctor les dijo a sus padres que su hijo no tenía nada, que el único problema era que ellos no aceptaban su condición gay. Eran los tiempos en los que la OMS aún creía que la homosexualidad era una enfermedad curable a base de electroshocks.

Fue Xavier Font el que convenció a la madre de Arjona, a que su hijo fuera a ir con él a Ibiza. Y vaya si lo consiguió. Arjona, por primera vez en su vida supo lo que era sentirse libre en una isla que, por entonces, era un lugar de libertad, hippies, sexo entre hombres y Font fue su primer novio, como suele decirse. Pero Font estaba también liado con un bailarín holandés, Gard, y llegaron a vivir juntos en un molino los tres y otras personas que conformaron la tribu de Locomia tras un nombre y diseño de su amante holandés que Font de inmediato registró dada su visión comercial de la vida. Luego apareció Carlos Armas, el moreno de pelo largo que también quedó fascinado por el carisma y el modo creativo de vivir de Font y formó parte del harén especial. El novio holandés, Gard, dejó el grupo dolido por ser reemplazado por otro muchacho de pelo largo y moreno, Carlos Armas, canario, un adonis que fue con el tiempo el sex symbol del grupo. Más tarde llegó el hermano de Xavier Luis, al que tiñeron de rubio y ahí empezó Locomia, con un contrato con los dueños de Ku Ibiza.

Más tarde, una noche, apareció por casualidad el joven productor José Luis Gil, representante de Hispavox de artistas como Rafaela Carrá, Miguel Bosé, José Luis Perales... que se sintió fascinado por la vestimenta y diseño de modernidad del grupo con sus trajes de anchas hombreras, grandes abanicos y gigantescos zapatos renacentistas, y pensó para sí mismo: "¿Y si a estos muchachos les diéramos clases de baile y canto? Podría hacer un grupo musical diferente, comercial y símbolo de la modernidad de la nueva España democrática. Habló con el líder del grupo, que era Font, y se los llevó a Madrid. Allí, Locomia pasó de ser una simple anécdota de las discotecas de Ibiza a llegar a ser líder en ventas con su primer LP.

Para ello, Locomia tenía que ceder ante un contrato con muchas concesiones personales, pues la idea de Gil no era la de crear un grupo de culto, ni mucho menos un grupo gay, pues como él mismo cuenta: "Para qué nos íbamos a conformar con un 15 por ciento del mercado diciendo que eran maricones y renunciar al verdadero mercado, el 100 % de mujeres que podrían pensar lo que quisieran pero que son las que compran discos y crean clubs de fans?

Aquello no gustó al creador de Locomia, pues Xavier Font estaba acostumbrado a hacer y decir lo que le daba la gana, pero al firmar el contrato no podía volverse atrás salvo arriesgarse a la rescisión del texto legal, que incluía a todos los componentes del grupo. No podían salir de noche de marcha, ni decir su condición sexual en público, ni pintarse las unas ni maquillarse salvo en los espectáculos. Gil no quería travestismo, sino ambigüedad. Con la marcha del grupo del hermano de Font, llegó Juan Antonio Fuentes. Pero más tarde, éste fue sustituido por Santos, el rubio que era un excelente bailarín y no pertenecía al clan original de Locomia de Ibiza. Triunfaron en Latinoamérica, en países como México, Chile, Argentina, con cientos de miles de fans, y abrieron una puerta, sin proponérselo, al mundo gay tan cerrado y oprimido de estos países. Les acompañaba la amiga y diseñadora de ropa Lourdes Iribar, que desde los inicios de la formación, no faltaba nunca a sus espectáculos, una chica joven a la que las fans odiaban porque creían era la novia de todos los componentes. La llamaban con amenazas de agredirla y hasta de muerte, y ella pensaba para sí misma: «¿Pero no se dan cuenta de que son maricones?».

Los celos enfermizos de Font con Carlos llegaron a un límite tal que, o se iba uno, u otro, pero los dos juntos era cosa imposible. Gil decidió quitarse de encima a Font de forma taimada e inteligente. Le dijo que seguiría cobrando sin trabajar, pero que los derechos de Locomia pasaban a ser propiedad de la discográfica. Font, ingenuamente, aceptó cayendo en la trampa, y se dedicó a abrir una tienda de merchandising a las afueras de Madrid con un pub. Picas sustituyó a Xavier Font en la formación. Aquello, el negocio de abanicos, zapatos y ropa fracasó mientras el grupo Locomia seguía triunfando por el mundo latinoamericano.

Llegó la hora, antes del 92, de tener conciertos en América, en Miami y Nueva York. Para ello, Gil pensó en recuperar a Xavier Font. Antonio Fuentes ya se había marchado del grupo por amor, pues ya no aguantaba la falta de libertad y necesitaba poder pasear con su novio y besarse en la calle si le daba la gana. Prefirió la libertad a la fama, y así entró otro componente, rubio también, que le sustituyó muy bien pues era bailarín profesional en el teatro la Latina, de Lina Morgan. Font se unió al grupo pero con el tiempo escuchó que Gil les «robaba» dinero y se preguntaba dónde estaban los 250.000 dólares que Sony había pagado de adelanto a Gil. Éste explicó más tarde que, esos famosos 250.000 dólares eran en concepto de publicidad del grupo, pues en América todo tiene un precio.

Ahí fue el principio del fin del grupo, pues todos los componentes, junto al líder del grupo, optaron por prescindir de los servicios de José Luis Gil como representante y optaron por trabajar con Balaguer.

Para Gil, aquello fue una traición en toda regla y les dijo: «¿os vais? ¿Estáis seguros? Pues sabed que nunca más volveréis a actuar en público». Y así fue. Gil, con un ego desmedido, puso contra las cuerdas al ego de Font y el resto es historia...

Ambos perdieron, los componentes de Locomia también, que vieron cómo se caían del cartel conciertos programados. Más tarde... el desierto, y unos años de olvido precisamente a las puertas del año de la modernidad, el 92. Todos fueron víctimas de su propia ambición y Santos acabó trabajando para el AVE, Carlos entró en el mundo de la noche y a punto estuvo de perderse para siempre. Pasó de ser un semidiós a un don nadie, ahora trabaja en Tenerife y más tarde Font fue acusado de traficar por internet con popper y pastillas de éxtasis. Manuel Arjona fue quien mejor se adaptó a las nuevas circunstancias y optó por servir copas de camarero en un chiringuito de playa en Ibiza. Uno de ello murió, y otro, Santos Blanco falleció en un albergue por causas naturales a los 46 años tras haber llevado una vida de asceta ayudando a seres desvalidos e indigentes.

Ahora han dado el último canto del cisne con este soberbio documental de tres capítulos donde nos damos cuenta de que Locomia fue algo más que un grupo de moda. Abrió y ventiló de aire fresco la vida de miles de seres humanos atrapados en un armario imaginario que tanto dolor psicológico ha producido y aún produce. Esta semana del día del orgullo gay creo es hora de que se les rinda merecido tributo de reconocimiento. Viva Locomia, loco Ibiza, Sexo Ibiza, Locomia...