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Muchos son los libros de viaje que se han escrito y de ello hace muchos siglos. Porque el viaje constituye algo intrínsecamente literario, como elemento asociado a la esencia de la epopeya, como en la Odiosea de Homero o la Eneida de Virgilio. Recientemente, a partir del siglo XX se asocian al fenómeno turístico, como este último de Xavier Moret: Mallorca, abierta todo el año. Antes que las novelas se escribieron libros de viajes. En el renacimiento y el barroco hubo un gran desarrollo del género a causa de los grandes descubrimientos geográficos, facilitados por el arte de la navegación incluso se creó la ‘Crónica de Indias’ y entre estos cronistas están Hernán Cortes, Gonzalo Fernández de Oviedo, entre otros. De Mallorca podemos citar a Ramon Llull, Arxiduc Lluís Salvador de Austria, Santiago Rusiñol o Robert Graves.

De los libros de viaje lo que más me ha llamado la atención es, que los que escriben estos libros, solo destacan la belleza de los pueblos que visitan. Por qué el escritor, al escribir uno de estos libros acude al lugar con ojos de admiración Todos los pueblos de la tierra, sin excepción, tienen bellezas, ya sea la que ha creado la propia naturaleza o las realizadas por los humanos: música, pintura, escultura, arquitectura… Porque toda belleza es arte. Allí hay una cascada, allá la Catedral de Santa Sofía de Kiev, o más cercana, la Catedral de la luz de Mallorca.

Nunca en un libro de viajes he leído la más mínima crítica del lugar que visitan. Estos escritores respetan siempre los hábitos y costumbres de los habitantes de las pequeñas aldeas o de las grandes urbes: su lengua, su arte y su cultura. En definitiva, estos libros de viajes unen a todos los pueblos de la tierra.