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Cuentan que en la época colonial, Delhi, la capital de la India, comenzó a tener un verdadero problema con las cobras. Los hospitales notaban un gran incremento de las picaduras, casi siempre letales, atribuibles al aumento de estos reptiles en la ciudad. Así que el municipio acordó tomar una medida que no tenía precedentes: pagar a los vecinos por cada cobra que entregaran, la cual sería inmediatamente sacrificada. Buena intención, cuyos resultados, pensaban los promotores, resolverían el problema.

Sin embargo, algo no fue según el guión: las entregas de cobras efectivamente aumentaron, pero pasado un tiempo, el número de picaduras letales no sólo no decaía sino que también crecía. Tras unos años, se llegó a empeorar en todos los sentidos: más gasto en comprar cobras, pero también más picaduras. ¿Qué ocurría? Pues que muchos vecinos pensaron que criar cobras para entregar a las autoridades podía ser un buen negocio, de manera que se produjo una eclosión de su número y, lógicamente, de las fugas y los accidentes mortales.

Así que, tras unos años, ante estas consecuencias inesperadas, se decidió cancelar el programa de compra de cobras. Esta nueva política no retrotrajo a Delhi a la situación anterior sino que hizo que los criadores de este reptil, que tenían acumuladas muchas crías, las abandonaran a su suerte, con lo que durante años todo en Delhi fue mucho peor. Una medida pensada para hacer el bien, que por supuesto se aplaudió el día en que se anunció, terminó por producir exactamente el resultado contrario al previsto. Porque, más allá de la primera impresión, siempre hay efectos secundarios y terciarios. Esto hoy, en nuestras sociedades hipercomunicadas, hubiera sido aún peor por el efecto amplificador de los medios, que habrían incentivado a los políticos a que se mostraran más y más sensibles con sus conciudadanos, agravando el caos futuro.

Lo que sucede en Baleares y en España con el precio del alquiler de la vivienda puede utilizar el episodio de las cobras a modo de parábola: es un caos generado por las consecuencias secundarias de decisiones que a primera vista son plausibles. Es el resultado de la inocencia de quienes no entienden ni quieren entender cómo funciona el sistema de vasos comunicantes de la sociología, la política y la economía. Y de quienes se preocupan de quedar bien en el telediario de hoy, en el tuit de esta tarde. Como hace un siglo en Delhi, ven a corta distancia.

Cuando un político decide que quien no paga el alquiler puede seguir en la vivienda, porque suponemos que ese inquilino es vulnerable –y probablemente sea verdad–, estamos empujando a los propietarios de viviendas a no alquilar, a concluir que es mejor buscar otra salida para su inmueble. Cuando nadie toma medidas para que la Justicia sea eficaz en la gestión de los impagos, estamos sentando las bases para que nadie quiera alquilar, retirando del mercado miles de viviendas. Cuando, encima, permitimos que muchos mallorquines puedan alquilar sus casas en la Part Forana a los turistas, estamos dando una solución que probablemente les facilite la evasión fiscal, garantiza el cobro y asegura la recuperación de la vivienda al final del contrato.

Cuando alguno de nuestros políticos ingenuos propone un tope al precio del alquiler está creando automáticamente un mercado negro. Ha ocurrido siempre en todo el mundo, incluso en la Rusia de Stalin, donde por ello la gente se jugaba la vida. Porque, una vez que hay un precio máximo fijado, el propietario escoge al inquilino en función de lo que este le pueda dar al margen de lo legal. Ocurrió siempre con la vivienda de protección oficial, ocurrirá con el alquiler limitado. En economía, a quienes participan en este mercado les llaman ‘agentes’. Los agentes piensan, evalúan, y buscan lo mejor para ellos. Da igual lo que el político haya dado por supuesto. Como los agentes piensan, ven qué les puede ocurrir después, y después, de forma que las decisiones se toman considerándolo todo. Por eso no tenemos viviendas en alquiler.

Todo esto termina por dejar al pobre sin vivienda, lo cual es especialmente dramático porque todo este desastre lo hemos hecho con los pobres en mente. Los echamos mientras hablamos de que los queremos proteger, lo cual convierte este tipo de políticas en especialmente crueles.
Todas las decisiones tienen efectos primarios y posteriores. Todas. El problema viene de que el aplauso de hoy sirve para ganar las elecciones de ahora, mientras que las consecuencias del futuro son eso, cobras cuyas picaduras afectarán a otros, dentro de unos años. Y vaya usted a buscar a los culpables, por entonces retirados.