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No ha sido una noticia demasiado pomposa, pero yo creo que representa la constatación física de lo que es España y su fauna política. El titular dice que «PSOE, PP, Vox y Cs rechazan el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso». Es decir, la derecha de toda la vida sigue emperrada en rechazar cualquier idioma –por muy oficial que sea y por mucho que forme parte de España– que no sea el castellano. Y lo hace –ojo, véase que incluyo a los socialistas en la derecha– en relación a su posible uso en el Congreso de los Diputados, que supuestamente constituye la representación de todos los ciudadanos de este país, de los que emplean el castellano como lengua vehicular y de los que no.

Esta situación, deplorable la mires por donde la mires, nos retrotrae a los viejos fantasmas del franquismo, cuando cualquier vestigio de culturas diferentes –con la única excepción de las danzas folclóricas– era aplastado con la esperanza de erradicarlo para siempre, sustituido por la españolidad oficial.

Hoy, por fortuna, parecía que ser español puede significar cosas muy distintas según uno abrace cualquiera de las culturas, tradiciones y acervos de los pueblos que componen el mapa nacional. Pero no es así, por lo que se ve. Los centralistas siguen erre que erre a lo suyo, a despreciar lo ajeno, lo minoritario, lo singular. Y eso que nos referimos al catalán –ocho millones de hablantes en el mundo–, el gallego –dos millones y medio– y euskera –setecientos cincuenta mil–, porque hay otros, menos populares, pero igual de valiosos: el bable, el aranés, el caló, el rifeño, el habla panocha, la fala extremeña, los diversos dialectos leoneses, el castúo, el canario... los supremacistas acaban de darles una patada en las narices a todos ellos.