TW
1

Lo ocurrido el pasado domingo 19 de junio con las elecciones en Andalucía, va más allá de Andalucía. Y, posiblemente, vaya más allá de la política. Lo sucedido el domingo no tiene que ver sólo con el resultado en sí. Está claro que el ejercicio de la libertad a la hora de elegir consiste en eso, en que un partido pueda sustituir a otro en el Gobierno o en darle su confianza para que continúe. Lo relevante de Andalucía no es tanto que un partido haya ganado, sino la rotundidad de la mayoría con la que lo ha hecho.

Lo que interesa de ese resultado –al margen de consideraciones políticas que ya han sido y serán analizadas en otras páginas de este diario– es que muestra un escenario que ya parecía haberse desmontado porque casi nadie pensaba que iba a verse allí una función así, la de unos coros de mayoría absoluta. Pero seguía ahí. Como aquel dinosaurio. Andaba el personal con la idea de que las mayorías absolutas eran cosas de otro tiempo (aunque alguna comunidad autónoma quedaba en la que no se había probado otra cosa) y que lo que se imponía ahora eran las coaliciones. No ya de dos partidos, sino de hasta de tres. Andaban por ahí dando por muerta la era de la Transición y del bipartidismo; andaban otros conformándose con liderar los procesos de cambio y otros, decididos a apoyarse en bastones de quienes sólo los emplearían como palos para las ruedas. En general se había dado por finiquitada una época. Casi como cuando a Fukuyama le dio por decretar el fin de la historia.

También se ha dado por acabado algún estilo musical, y siempre ha vuelto. Otras épocas se ha dado por terminado el realismo social frente al simbolismo o la autoficción. También se da por muerto el periodismo de papel y casi todo el mundo se conecta a plataformas y busca podcast. Ya casi no se envían SMS. Pero igual nada se va del todo. Ni lo malo ni lo bueno.